jueves, 5 de noviembre de 2009

Té de te tete

No voy a saber como acaban las historias de Joseph. Si, Joseph el cuentista. Sus cuentos no son ni tan buenos, ni tan malos. Pero me interesan. Y es que se ha encaminado en el proyecto de crear el mejor cuento de todos y luego morir. Yo no he entendido del todo esta decisión, pero tampoco me niego. Que haga lo que quiera con su vida y con su muerte; y con sus cuentos.
La tacita de té, su no tan fiel acompañante, está llena, como siempre. Joseph no sabe que el té, en efecto, está envenenado. Él mismo ha puesto el veneno, pero se ha engañado a sí mismo de una manera tan sutil, que en estos momentos ignora las nuevas propiedades del líquido. En cuanto termine el cuento beberá del té y asunto arreglado.
Sus dedos son ágiles y los movimientos que acompañan los trazos de tinta son impecables. Está muy seguro de la historia que desea escribir, de los nombres que va a usar, de la trama que va a seguir y de todo el asunto de un cuento de carácter formalista. Yo nunca he comprendido esta forma espontánea de escribir un cuento; ha de ser porque lo mío son las novelas. Hace los respectivos movimientos, contempla el resultado. Le falta solamente la línea final, la conclusión adecuada. Pero tiene la boca seca, y así no se puede acabar un cuento: así que bebe un poco de té.