domingo, 26 de septiembre de 2010

Dios es hermoso, los ateos feos.

(¿Pudiera pasar la mitad de mi vida al pie de una escalera?)



Estas son cosas que no comprendo del todo. Resulta que en algún momento de mi vida, perdí mi vanidad. Es bueno aclarar que antes fui un hombre muy vanidoso. Muy repleto de amor por ciertas cosas sin importancia y, sobretodo, con mucho temor de Dios.
Algunos creen que las personas vanidosas son unos ateos sin reparo; que en su vanidad no deberían poder concebir a alguien más perfecto que ellos. Pues es fácil de explicar.
Cuando una persona vanidosa se pone a meditar (que no es cosa rara) empieza a tener una docena de inquietudes metafísicas. Se mira en el espejo y se dice: ¡Alguien debe haber creado tal belleza! Se convence de que, en definitiva, hay alguien superior a él.
Luego, en alguna plaza de la ciudad, se para sobre un banco e intenta iniciar un discurso para los transeúntes. Al ver que la gente responde positivamente y se detiene a escucharlo, piensa: ¡Alguien debe haber creado tal carisma! Queda convencido por segunda vez.
Ha terminado su discurso y la gente lo aplaude, pasan uno a uno a estrechar su mano, le dicen que sus ideas son la cosa más brillante. Piensa esta vez: ¡Alguien debe haber creado tal inteligencia!
No tardará esta persona en estar el domingo a primera hora, arrodillado frente al sagrario y repitiendo con mucho fervor las oraciones pertinentes. Sólo por una hora, se rebajará al nivel del resto de personas.
Es lógico creer, a partir de lo explicado, que todos los creyentes tengamos algo de vanidosos, aunque sea una parte muy pequeña. Si un hombre fuera feo, vulgar y además estúpido, seguramente renegaría de Dios. Diría: No es posible que haya un Dios si existe gente tan infeliz como yo.
Aquí se explica que la gran mayoría de ateos sean particularmente feos (lo vulgar y estúpido no podemos juzgarlo). Algunos son tan feos que hacen dudar a uno mismo de la existencia de Dios. Otros simplemente tienen una monstruosidad natural, que sorprende pero no perturba.
Sin embargo, hay ateos que son bellos, muy agraciados y hasta hermosos ¿Cómo? ¿No contradice esto todo lo que hemos estado diciendo? En definitiva, por ello explico. Aquellos ateos que están lejos de ser feos, pues están lejos de ser ateos. Es seguro que, realmente, están convencidos de la existencia de Dios, pero están obligados a negarla. Tal negación constituye la única vía posible para subir el último escalón, para colocarse por encima de Dios y completar el círculo vanidoso. Son los adanes y las evas de nuestros tiempos modernos que, conociendo mejor que nadie a Dios, quieren morder la manzana para al ascenso definitivo.
Yo no soy ni uno ni lo otro: yo mordí la manzana hace mucho.