domingo, 26 de septiembre de 2010

Dios es hermoso, los ateos feos.

(¿Pudiera pasar la mitad de mi vida al pie de una escalera?)



Estas son cosas que no comprendo del todo. Resulta que en algún momento de mi vida, perdí mi vanidad. Es bueno aclarar que antes fui un hombre muy vanidoso. Muy repleto de amor por ciertas cosas sin importancia y, sobretodo, con mucho temor de Dios.
Algunos creen que las personas vanidosas son unos ateos sin reparo; que en su vanidad no deberían poder concebir a alguien más perfecto que ellos. Pues es fácil de explicar.
Cuando una persona vanidosa se pone a meditar (que no es cosa rara) empieza a tener una docena de inquietudes metafísicas. Se mira en el espejo y se dice: ¡Alguien debe haber creado tal belleza! Se convence de que, en definitiva, hay alguien superior a él.
Luego, en alguna plaza de la ciudad, se para sobre un banco e intenta iniciar un discurso para los transeúntes. Al ver que la gente responde positivamente y se detiene a escucharlo, piensa: ¡Alguien debe haber creado tal carisma! Queda convencido por segunda vez.
Ha terminado su discurso y la gente lo aplaude, pasan uno a uno a estrechar su mano, le dicen que sus ideas son la cosa más brillante. Piensa esta vez: ¡Alguien debe haber creado tal inteligencia!
No tardará esta persona en estar el domingo a primera hora, arrodillado frente al sagrario y repitiendo con mucho fervor las oraciones pertinentes. Sólo por una hora, se rebajará al nivel del resto de personas.
Es lógico creer, a partir de lo explicado, que todos los creyentes tengamos algo de vanidosos, aunque sea una parte muy pequeña. Si un hombre fuera feo, vulgar y además estúpido, seguramente renegaría de Dios. Diría: No es posible que haya un Dios si existe gente tan infeliz como yo.
Aquí se explica que la gran mayoría de ateos sean particularmente feos (lo vulgar y estúpido no podemos juzgarlo). Algunos son tan feos que hacen dudar a uno mismo de la existencia de Dios. Otros simplemente tienen una monstruosidad natural, que sorprende pero no perturba.
Sin embargo, hay ateos que son bellos, muy agraciados y hasta hermosos ¿Cómo? ¿No contradice esto todo lo que hemos estado diciendo? En definitiva, por ello explico. Aquellos ateos que están lejos de ser feos, pues están lejos de ser ateos. Es seguro que, realmente, están convencidos de la existencia de Dios, pero están obligados a negarla. Tal negación constituye la única vía posible para subir el último escalón, para colocarse por encima de Dios y completar el círculo vanidoso. Son los adanes y las evas de nuestros tiempos modernos que, conociendo mejor que nadie a Dios, quieren morder la manzana para al ascenso definitivo.
Yo no soy ni uno ni lo otro: yo mordí la manzana hace mucho.

viernes, 9 de julio de 2010

Dificultad

A veces se presentan claras dificultades para las mentes débiles. No basta, en ciertas ocasiones, ser poseedor de coraje y atrevimiento. En estos casos, en cambio, sería mejor tener los pensamientos claros, la mente lúcida y el optimismo bien alzado.La gramática y la normativa se han creado para hacernos la vida imposible; ya no tenemos voluntad para hablar: todo lo que digamos estará errado. Siempre habrá algo que corregir, algún detalle olvidado, una marca de descuido ¡pobre humanidad!
Se me ha presentado el caso, recientemente. Yo no soy de los que esquivan estas dificultades; me aventuro a enfrentarlas -siempre con las de perder- y luego me encojo de hombros en caso del fracaso.
Hay un pequeño mamífero volador, el cual me ha causado gran inquietud. Debo decir, más bien, que me ha provocado gran molestia. Usualmente los nombres científicos que se les dan a los animales son casi impronunciables para nosotros, simples mortales. Preferimos el léxico vulgar, el cotidiano, al que estamos acostumbrados: nada de riegos, cero experimentación, nos asumimos inferiores y no es que podamos hacer algo al respecto. Pero no es este el caso: Chiroptera es, hasta cierto punto, batante fácil de pronunciar. La lengua no se mueve con agilidad, pero lo hace con seguridad; da por sentado que la palabra podrá ser terminada, que el resultado surgirá y luego podremos dar todo por finalizado. Mucha confianza, eso es lo que se necesita.
Caso contrario es el del nombre que deberíamos poder pronunciar, aquel ideado para los hombres que no somos de ciencia. No tengo claro si éste será un fenómeno universal o se debe acaso a mi ineptitud y mi torpeza de lengua. No se crea que me he rendido con total facilidad; ha habido una gran batalla y he dado todo de mí, he combatido hasta el último instante y ya con eso debería haber cierto sentimiento de amor propio. Pero nada de eso. El asunto cada vez me parece más ridículo y poco merecedor de atención. Por ello lo ando relatando con un poco de apatía, con poco amor a la situación.
Claro, estoy hablando de la dificultad de pronunciar murciégalo... murcéliago... ¡MURCIÉLAGO!

lunes, 28 de junio de 2010

Nombres

El mundo es enorme y las personas minúsculas. Son diminutos puntos negros que andan desordenadamente, sin saber moverse en este espacio infinito. Inventan actividades para justificar su existencia. Trabajan, estudian, juegan, ríen, lloran, y nunca se están quietos. Cuando duermen, mueven el diafragma; cuando caminan, mueven los pies.
Una vez que le ponen nombre a algo, ya se creen dueños de eso mismo. ‘El mar’ dicen, como si tuvieran la autoridad suficiente para darle nombre a esa masa de agua que flota de manera insolente y que es más poderosa que ellos. ‘El sol’ siguen nombrando, y alzan la mirada para intentar verlo, pero los ojos les fallan. Absolutamente todo tiene un nombre, y si algo no lo tiene, pues se lo buscan. Hasta se ponen nombre entre ellos, algunos repetidos, otros rozan el exotismo de haber sido puestos una sola vez.
A la sucesión de ruidos ordenados, le llaman música; a la secuencia de grafos con propósito estético, le llaman literatura; a figuras deformes que plasman con pigmentos de color, le llaman pintura: y todo esto, a su vez, es abarcado bajo el término arbitrario de ‘arte’. Han nombrado tanto, que ninguno de ellos se sabe todos los nombres. Peor aun, le ponen varios nombres a la misma cosa. Por la noche no saben si están durmiendo en una cama, en una litera o en un catre, y aun así concilian el sueño sin mayor dificultad, y tampoco se preguntan sobre qué durmieron una vez despiertan. Se puede decir que inventan nombres para nunca más usarlos.
Nombran hasta a otros seres vivos. A aquel animal le han puesto gato, y el animal no está ni enterado. A aquella flor le han puesto violeta, y esto a la flor no le importa; y les ha gustado tanto aquel nombre que lo usan, a veces, para nombrar a uno de los suyos. Y cuando la niña Violeta pasa junto a una violeta, inventan frases confusas y que ellos creen ingeniosas, ‘La niña Violeta, que ha pasado junto a la violeta, camina con decoro y sin rubor, como si ella misma fuese una flor’, lo plasman en tinta y lo recitan con solemnidad fingida; todo ello es llamado poesía.

viernes, 4 de junio de 2010

Lagunas mentales


‘Todo tiempo pasado fue mejor’, nos dicen las bocas adultas. Desearía poder creerlo así, pero mi padre siempre anda quejándose del pasado; lo evoca con apatía, renegando de varios sucesos que le tocaron vivir. Especial énfasis en algunas incidencias políticas; recuerda alguna revolución que, en pos de un naciente socialismo, le arrebató varias propiedades, la mitad de sus ahorros y luego fracasó. ‘Míranos ahora. Somos menos socialistas que antes y más pobres que nunca’, me ha repetido varias veces.
Mi madre no se queja tanto del pasado, pero vive maravillada con el presente. ‘Cuando era niña todo esto era una gran chacra’ me cuenta, alzando la mirada y contemplando los grandes edificios que se han alzado en las últimas décadas. ‘Me gustaría mostrarte alguna foto, pero en ese entonces no habían cámaras…’, y ante mi mirada de incredulidad añade ‘…o bueno, si las había, pero eran costosas y bastante inútiles’. Pronto saca alguna cámara muy moderna y empieza a fotografiar con entusiasmo a las moles de cemento.

Por todo esto se me hace imposible concebir todo tiempo pasado como mejor, o siquiera como bueno. A veces, incluso, imagino el pasado como algo terrible, ponzoñoso que volante ante nuestros ojos nos nubla el presente, nos arrebata la posibilidad de ver lo positivo y, a cambio, nos muestra los sucesos del ayer como instantes más gloriosos de lo que realmente fueron. Es muy fácil, bajo este hechizo, decir muy sueltos de lengua y muy convencidos que todo tiempo pasado fue mejor.
A todo esto se puede creer que soy algún maniático que ensalza sin razón aparente la felicidad (o lo que yo entiendo por felicidad) de los tiempos actuales. Seguramente se me puede juzgar como un vehemente amante de la contemporaneidad, alguien demasiado torpe para darse cuenta de todas las cosas que se han venido a menos. Debo defenderme diciendo que, con una mirada más amplia, todo presente es pasado y soy mezquino al referirme tan solo a este.
Los hay mejores que yo: los que elogian el futuro.

lunes, 26 de abril de 2010

El Poder del Bigote

Un pequeño homenaje al vello facial que, para bien o para mal, ha cambiado el rumbo de la historia.



NO SUBESTIMES EL PODER DEL BIGOTE

Se ha dicho que la magnificencia de un hombre reside en su bondad, en su inteligencia, en su valentía, en su fuerza. Todo ello muy cierto, pero habría que agregar "...y en su bigote". Se dirá que esta sentencia es drástica, pero un hombre sin bigote es sólo un hombre más.

Nadie debe aventurarse a creer que la función del mostacho es sólo decorativa y estética; ese es un discurso que los lampiños de rostro han intentado difundir y al parecer les ha dado resultado en las últimas décadas. Pero tanto ellos como nosotros nos vemos perturbados al notar que el bigote ha sido un elemento casi homogéneo en grandes personajes de la historia.

Habría que creer, por ejemplo, que si Napoleón hubiese usado un bigote, Waterloo habría tenido otro final. Y se observa que el único conquistador con más exito que él, ha sido el temible Gengis Khan, que a fin de cuentas lucía un discreto pero memorable bigote.
Claro que, por otro lado, un gran general como Custer, fue vencido en Little Big Horn por Caballo Loco, un indio sin el menor rastro de vello facial. Pero, siendo realistas, una batalla de 600 soldados contra 6000 indios no se gana ni con el más grande bigote de todos los tiempos.

Fueron otros dos hombres, los visionarios que contemplaron el poder del bigote como algo trascendente para el curso de una guerra: Hitler y Stalin. Ambos poseedores de grandes naciones y que, por azares del destino, se enfrentaron en su debido momento. La razon de la victoria de la URSS sobre Alemania, más que deberse al apoyo de USA e Inglaterra en batalla, creemos nosotros que radica en la dimensión del bigote predominante de Stalin, que era bastante más tupido que el que llevaba Hitler. Lo que sorprende es que Hideki Tojo, aliado bigotudo de Hitler, no haya tenido una participación más brillante en la Segunda Guerra Mundial; se sospecha que el poder de su bigote pasaba desapercibido, ya que el otro aliado de Hitler, Benito Mussolini, no solo no tenía bigote, sino que, además, era calvo, mientras que Roosevelt y Churchill tenían por lo menos algo de cabello. Así, después de todo, no nos sorprende la victoria de los Aliados sobre el Eje.

(Continuará...)








viernes, 26 de marzo de 2010

El silencio de ti...

Ojalá hubieses callado antes. Cómo deseaba ello, querida. Y que no soltases de paporreta todo lo que tenías por decir. Ese era tu signo de vida: la lengua moviéndose. Y en todo caso tu silencio habría sido santo, pero no lo fue en tu presencia.
- ¿Recuerdas cuando mi madre murió? -me dijiste, con tu vocecita muda; un hilo en el aire, podría llamársele -No fuimos a velatorio, ni entierro. Más grave aun, no le hemos dado visita.
- Así ha pasado todo ello ¿no? Esto debe joderle tremendamente a dios. Tu madre no era santa, pero era una buena mujer. Y mejor cocinera que mujer.
Me quedaste mirando, con un rastro de sorpresa que se asomaba. Luego empezaste a reír de nada y calláste.
- ¡No hay peor que tú! -me dijiste, mucho luego -Te haré callar, eso es. No dejaré que hables mucho más. Siempre andas soltándo la bilis en tus palabras. El malhumor es tu lenguaje; tu lengua se mueve incesante y caprichosa. Punto; no hables más.
Yo sonreí e intenté fingir algo de una culpa que no sentía. Era ella la que nunca callaba, la que comenzaba el parloteo y nunca lo acababa. Y yo no daba respuesta; yo me limitaba a las muecas que, a manera de respuesta, intentaban desesperadamente cesar el diálogo.
- Y si yo hablo y nadie más, eso basta para nuestro buen humor ¿eh? Soy sonriente, pero para nada ingenua -reanudaste su incesante monólogo -Verás que ya np te dejo hablar. Y el silencio podría matarme, y así será: morirás en silencio, sin poder decir nada antes de caer al suelo. Y así como con mi madre, no daré visita a tu lápida.
Yo pensaba en otros asuntos. Evitaba dar cuerda a tu lengua, moviéndose de arriba a abajo, de lado a lado, y soltando las vibraciones en el aire que, de alguna manera, enturbiaban el ambiente, lo hacían denso y me afligian el pensamiento. Asentí con la cabeza un par de veces, sin saber lo que decías, sin saber si acaso aprobaba algo de lo que podía arrepentirme.
Ojalá hubieses callado y todo hubiera seguido un curso un poco más natural: el curso de una comunicación deficiente, pero que traía consigo una mayor felicidad mediocre.
Nunca callabas; se podría decir que era enfermedad. Hablabas sola, consciente de que nadie oía; las paredes inertes hacían de acompañante fiel. Aún en sueños, seguías tu cháchare sin que nadie le diese respuesta.

Y al día siguiente ya no estabas. Te habías ido y listo. No me lo habías anunciado, pero nada de ello me sorprendió. No esperé alguna nota sobre mi mesa de noche, ni alguna llamada que me contáse donde estabas entonces.
- Y hasta que por fin te calláste, querida. -dije, potente, el día después de tu ida.
Pero ya no estabas allí para escuchar. Ya no me hablabas y el día estaba apagado.
Seguramente seguías hablando, y mucho, en el lugar donde estuvieses ¿te respondería, alguien? No había peor cosa que ello: saber que hablabas sin remedio, que soltabas todo ello que guardabas dentro y que yo no estaba ahí para oír a detalle, para ver tus labios moverse, agudos y profundos, amantes de la fricción y del contacto humano.
Ojalá hubieses callado antes, amor mío.

martes, 23 de febrero de 2010

'La necesidad de...'

No hay peor necesidad que aquella que no satisface un propósito claro. Es decir, aquellas necesidades que ocultan un don metafísico y cuya relevancia no nos incumbe, pero igual debemos padecer.
Si acaso nos alimentamos es porque nuestros cuerpos así lo exigen, por temas biológicos que hemos repasado hasta el cansancio. Si debemos estudiar, trabajar, ganar dinero y gastarlo luego es, mas bien, por una necesidad gregaria, por el superorgánico que es la sociedad y a la que estamos sometidos (algunos más que otros), pero allí hay una razón, de construcción artificial, pero la hay.
La mayoría de necesidades corresponden directamente a una función, que se desarrollará y traerá resultados a corto, mediano o largo plazo. Pero hay algunas necesidades cuya explicación coherente se basa en pura especulación sinuosa. En puro cuchicheo sin sentido y que no convence al hombre de ciencias, sólo al hombre romántico e idealista.
Para esto hay que saber que hasta el hombre de ciencias más positivista, tiene algo de romántico, y que el hombre más romántico y come-flores con el que nos podamos topar, tiene algo de científico.
Y si que podríamos resistirnos un poco a todas estas necesidades, pero que sólo se arriesgue aquel que quiera ser llamado ruin. Aquí estamos, parte de una cadena un poco apretada y si un eslabón se suelta, la cadena completa se va al demonio.
Lo biológico es excusable, claro está. Lo gregario es mediocre y confabulado, un constante paradigma que, a largo plazo, no se puede romper; esta es la cadena, y si la rompemos sólo conseguimos aislarnos, porque esta se reparará pronto sin nosotros.
Pero para aquellos que se han puesto a enumerar en su cabeza todas aquellas cosas que hacemos y que podríamos dejar de hacer por simple convicción (ver televisión, escuchar música, mirar la hora, usar calzado), deben haber notado que la lista es interminable y que se centra, principalmente, en temas de ocio. Y claro, todo esto es de lo mejor: la vida sin ocio tiene poco de vida y mucho de monotonía. Pero valga la aclaración y nos fijamos que nuestro ocio también es predecible y es parte de actividades impuestas. Nada de que sentirnos culpables; estamos en el circulo vicioso y no vale la pena el esfuerzo que se requiere para salir de este.
Yo sólo he empezado a escribir y a pensar en el porque debo escribir en este momento, si no es una necesidad, ni tiene un propósito claro. En verdad me estoy enmarañando y enredando en esta terrible red de preguntas que sólo complican más el asunto. De allí que hasta ahora no haya respuesta en este escrito.
Todo esto que gira alrededor de una frase que escuche pronunciar a una persona muy especial para mi. En plena discusión de porque debía besarla cuando estábamos sumamente distanciados, ella tan sólo respondió: ‘Es la necesidad de ser romántico con la persona que se ama’. Y vaya rollo que se me ha hecho en la cabeza; añado que no hubo beso alguno y que la discusión se ha hecho más fuerte. El propósito del beso era claro: apaciguar el conflicto que se llevaba a cabo. Pero es que la naturaleza de un beso no tiene, en conceptos reales, esta capacidad. Valdría creer, entonces, que cada vez que alguien aplaude con las dos manos, estamos en la necesidad de sonreír. Todo esto no tendría sentido, pero más o menos así es el asunto del beso como catalizador de una buena relación y de una convivencia armónica.
‘Es la necesidad de ser romántico con la persona que se ama’. Si se me explicase con detenimiento, a manera de cátedra universitaria, quizá y no me hago tanto lío.
Se me ha de tildar de frío y de insensible, y recibo los calificativos con sonrisa burlona. Gracioso que yo sea una persona muy romántica e idealista, pero no me vendría mal una explicación de esta naturaleza: 'no hay peor culpable que aquel que se cree inocente'.

sábado, 20 de febrero de 2010

Poema mal escrito.

Debo creer yo, muy tonto,
que el sol que me cae en la cara
y que anda y me tapa la vista
es razón por la cual me desvista.

No encubro, ni guardo vergüenza,
pero valgan las leyes morales
que aunque vengan en nombre de Dios
se bastan en cosas triviales.

Y aunque toque sin cesar los pianos
y las notas no fluyan cual agua,
saben ellos bien que no envidio
el uso de un buen mixolidio.

En eso, que el día persigue,
las horas a duras no alcanzan
y el fiel minutero se extiende,
pero los segundos avanzan.

Y aun no le escribo al despecho,
ni hago gran gala del verso.
Más sepan que no es por inhábil.
No vale la pena el esfuerzo.

Pues, vaya, qué bien me has leído,
con rima, sin gracia y pomposo.
Que quemes esto, te pido
Poema infeliz y horroroso.
________

Y el verso no es lo mío, nenas.

martes, 9 de febrero de 2010


¿Qué debo escribir sobre M. que no este escrito ya? Todo lo que escribo tiene algo de ella, a manera de rompecabezas. Nombro con orgullo sus cualidades, con cabeza baja sus defectos y manifiesto los sentimientos que provoca en mi: a veces a manera de agradecimiento, otras veces a manera de queja.
Me exalto sin razón y busco con demencia describirla minuciosamente, encerrar toda su esencia en unas cuantas líneas y luego contemplar el texto como si estuviese admirando su rostro. Dibujo su sonrisa y, en cambio, fluyen las letras, que se entretejen de tal manera que ahí está ella, como queriendo escaparse.
Es lo inverosímil de toda esta situación lo que lo convierte en un perfecto sedante. La sensación de lejanía constante, acrecentada por unos celos un poco vacíos que se cuelan en mi sano juicio. Todo esto muy divertido, claro está. Es casi un pasatiempo que despeja la mente del aburrimiento y de cualquier forma de abatimiento que pudiese tener lugar en un espíritu movido por estilos más mundanos.
Soy, entonces, escritor por ella. Es ella la razón y el principio de este todo. Y vaya que esta destacada auto insuficiencia no tiene cabida en alguien que le escribe a cosas de este mundo. Por ello me he dedicado más a lo metafísico e inalcanzable. Porque, aunque las palabras no bastan, es mejor que se escriba sobre eso que no podemos ver ni escuchar, sino tan solo leer. Pasar las hojas y darnos cuenta de que estamos entendiendo un poco más lo no entendible. Y cuando el libro se cierre estar un poco más cerca de todo ello y creer poder alcanzarlo. Sólo por un momento corto, la realidad es otra.
Debe ser por ello que escribo. Para acercarme a ella, que representa el ideal inalcanzable. Bastaría con decir que aquel que puede, actúa y aquel que no puede, escribe. No es de grandes hombres idealizar las metas más intrépidas y tan solo dejarlas en palabras, pero es de hombres minúsculos el no imaginarlas y dejar a proyección un vacío que será igual de inalcanzable que la más alta aspiración. Puedo decir entonces que no soy grande ni minúsculo, soy solo aquel que escribe para una mujer en un intento de que las palabras transmitan algo y no lo dejen en el interior.


jueves, 4 de febrero de 2010

Adelante, Madre Rusia...


Adelante. Parado delante de todos estos cadáveres erguidos. No tan inmóvil, pero pensando con cuidado cada movimiento que he de hacer para romper la muralla del pensamiento y la oración de la quietud. Silbando Igrok de Prokofiev, mientras los demás cantan patria a rienda suelta. Y es que no soy de este lugar y esa es la excusa más perfecta y embobada. No soy ni de este país ni de esta tierra. Yo he caminado, en cambio, en la mansa tierra roja de donde he venido y vaya que no tengo nada que envidiarle a estos cadáveres que cantan patria.
Allí he llegado a Babulenka, la tía del general. Y ellos siguen, en otro idioma, con trombón de fondo, a toda marcha con pizcas de saliva ¡Qué viva la madre patria! Recuerdo que, aunque no sea de allá y más bien de por acá, siempre me he andado paseando como un hijo de la Rossiya-Matushka, y es que a lo mejor soy un bastardo de ella y no ando ni enterado. Allá ellos, los que se atreven a decir que Rusia es Gogol, porque yo les digo que Rusia es Pushkin y Zhukovsky; y además Schiller, que no es ruso, pero es, pues, el padre que ha abandonado al hijo, o debe ser el hijo abandonado.
Me carcajeo al saber que la gente de aquí y de allá piensa que ha solucionado todo el tema con los mapas que se han trazado. Que llevan de oriente a occidente sus líneas horizontales, separando el todo en varios segmentos incomprensibles. Y aquel que viaja por mar seguro ha de perderse, porque allí, en los mapas, no se dibujan ni rocas ni niebla. Tampoco se dibujan los templos donde han de rezar los misioneros desorientados, ni los campos del mujik trabajador. Podría además exaltarme al decir que en los mapas no aparece ni el navegante perdido, ni el misionero desorientado, ni el mujik trabajador. Las fronteras de una nación, el mar en su inmensidad, la separación de los continentes, todo ello si se muestra. Pero de nada sirve sin las almas valientes que han de cruzar en pos de gloria el campo de batalla, gritando fuerte el nombre de sus padres y jurando morir más de una vez, hasta que el cuerpo se desangre y los oídos se le tapen, hasta que la respiración se haga dolorosa y los ojos se cierren, y el cuerpo deje escapar al espíritu libre para que este se vaya quién sabe a dónde.
No hay patria que nos contenga, hermano mío. No hay bordes que nos digan que nuestra vida ha acabado y que luego de cruzar la línea no tendremos nombre. Por que el nombre nos persigue como el alma y no nos abandona. No hay que creer que el poeta ha muerto.


lunes, 1 de febrero de 2010

Botón...

El botón verde sirve para contestar y el rojo para colgar. Todo eso está muy claro, hace nueve años, hace una semana, hace una hora. Pero puede suceder que en el segundo exacto en que todo esto debería estar más claro que nunca, los nervios nos traicionan. Puede suceder, y así ha sucedido.
Debo decir que he estado esperando esa llamada por unos tres días, sin que mi mente se aparte de pensar en apretar el botón verde en cuanto fuese oportuno. Y cuando el momento hubo llegado, la mano tembló y se fue por el lado que no debía.
Lo sucedido ha sido como un encuentro con el lado cómico de la vida. “La vida es loca, pero dulce” se ha escrito. Yo diría más bien que la vida es loca y en nuestra estupidez la percibimos dulce de a momentos. Y lo dulce lo pone ella, con sus sonrisas, con sus bromas y con sus llamadas. Con sus llamadas sobre todo, en especial esa que no he contestado y que podría hacer que todo se encamine por donde no debe.
Puedo decir que a las tres de la madrugada cualquier persona tiene sus sentidos un poco enturbiados, así que no sería un asunto incomprensible que mi mente haya sufrido un lapsus memoriae y por alguna razón mi dedo fue a parar al botón menos preciso, aquel que te ha cortado la voz, cuando seguramente estabas a punto de mandar un saludo.
Nada mejor que un botón para terminar con el momento romántico que ha sido tan esperado en secreto. Rojo….


lunes, 25 de enero de 2010

Sin decir Ana Shapova

Cuando murió Ana Shapova, su mujer, sintió un angustiante agujero en las entrañas, como el que se siente cuando a uno lo golpean en el abdomen. No era pena lo que lo invadía de pies a cabeza, sino preocupación. Y es que él había sido un buen esposo, pero ahora que se veía de frente ante la muerte de su Ana Shapova, se preguntaba si la había amado lo suficiente y como respuesta de él mismo se sentía mal al saber que quizá no la había terminado de querer y que tan solo se despediría de una mujer que llegó a conocer un poco más que al resto. Era la misma sensación que lo había agobiado cuando su madre había muerto, hacía poco menos de dos meses.
–Dímelo. Ana ha muerto y no has llorado –le dijo su padre en el pequeño cubículo donde velaban a la recién difunta. –¿Acaso han reñido antes de todo esto? Creo que reñían seguido…
–Tonterías, no hemos reñido nunca –ha contestado él, un poco inquieto –Creo que reñir un par de veces hubiese sido bueno, pero nunca me dio motivo. Estaba loca ¿o el loco seré yo? Estamos locos ambos…
–No se puede estar loco y muerto, si ella ha muerto primero es porque no estaba tan mal de la cabeza. Aunque habría de estarlo para casarse con un enclenque como tú. Nadie en sus cabales te aguantaría más de un par de meses. Era santa o algo así.
Él se quedó callado y mirando al suelo. Su padre le había dicho palabras iguales el día en que había muerto su madre. Los huesos se le helaron y sintió como aquel agujero en las entrañas tomaba posesión de él.
Oh, Ana Shapova. Ya no estarían esos pardos ojos tuyos cada mañana, abiertos en vigilia. Tus brazos ya no se acercarían a las cortinas para dar entrada al sol matutino que alumbraba toda la habitación. Shapova, que extraño aquel apellido suyo, cuyo significado nunca le había preguntado, y mucho menos su procedencia. Nunca le preguntaba muchas cosas. El silencio era un déspota monarca que extendía sus mágicos hechizos en la boca de ambos y los hacía callar en un vacío insano que podía durar varias horas. Él leía el diario y Ana Shapova planchaba o sacudía la alfombra, que ya estaba gastada de ser sacudida tantas veces sin necesidad. Por la noche el apagado rumor de las calles de afuera inquietaba a ambos. Era una invitación a un tierno diálogo conyugal que nunca daba inicio.
–¡Eh, tú! Despabílate un poco –le dijo su padre.
Había estado perdido en un cúmulo de recuerdos sin orden que habían invadido sus pensamientos, en una frágil estructura muy fácil de derrumbar. Pero ahora se encontraba de vuelta en un pequeño cubículo, hablando con su padre y con un ataúd a pocos metros de él.
–Los invitados no tardan en llegar. Será mejor que acomodes un par de sillas y que alargues un poco la cara, por pura gala ¡Vamos, que tu esposa ha muerto!
Oh, Ana Shapova ¿me pedirías tú que alargara la cara? Nada de eso. Me pedirías que sonría, como las sonrisas que intercambiábamos a diario, sin motivo aparente. Eso éramos entonces, un par de locos que sonreían. Que no se amaban, pero que se conocían bien. O no tan bien, porque nunca supe de dónde venía tu apellido.
En ese momento los invitados empezaron su desfile de entrada al velatorio. El dolor en el abdomen se le hizo más intenso, la vista se le nubló poco a poco y no tardó en caer lentamente al suelo, no sin antes voltear y contemplar el cajón de su Ana Shapova y preguntarle por qué lo castigaba así desde el otro mundo.

lunes, 11 de enero de 2010

Una trampa a Dalid


Digámosle a Dalid que su obra es buena. Esa ha de ser una magnífica broma. Ella, que ha estado pintando y manchando toda la noche, se dejará engañar muy fácilmente, porque el sueño es el peor enemigo del buen juicio.
En el primer cuadro vemos algo así como un elefante, que avanza a sus anchas en un bosque de blancos narcisos. Si acaso aquel animal tropezase, todas las bellas flores se echarían a perder. Por ello, el elefante ha decidido caminar de puntillas, dicho sea de paso. Así los narcisos permanecerán intactos.
En el siguiente lienzo, un poco más tosco, se dibuja un hombre sentando en un banco, en actitud de reflexión. A su lado está sentada una mujer, pero ella no tiene nada que ver en el cuadro; si se le quitase daría lo mismo. Este hombre pensante sostiene su sombrero, como si se le fuese a caer, y mira a su izquierda con curiosidad. Habría que señalar que la mujer esta sentada a su derecha, por lo tanto aun no tiene razón de ser.
En el último cuadro que ha pintado anoche está dibujado algo que no hemos entendido del todo. Debe ser por nuestra ignorancia del arte contemporáneo. Un pequeño roedor toma una ducha en una tina azul. Vemos que en su pata derecha sostiene un jabón el cual amenaza con usar. Sin embargo, este pequeño animal parece bastante limpio y la ducha sería innecesaria. Todo esto nos confunde. En este caso, el jabón andaría sobrando, o quizá el roedor.
“El poder de la mente sobre la materia, hermano mío”. No hay nada más que decir.

viernes, 8 de enero de 2010

Día y el desayuno ideal

Y aún existe la gente que se cepilla los dientes antes de tomar desayuno. Manía detestable y hasta exagerada. Moviendo el dentífrico de arriba para abajo con las cerdas puntiagudas, removiendo destrezas de la noche anterior. Pero, salvación, hay gente que no tiene estas costumbres que a mi no me tocan criticar, mas me es inevitable lanzar mi mirada severa que, me han dicho, parece de juez.
Yo sólo bajo, sin tanta ceremonia, y me siento a la mesa que ya está servida. El patrón se repite y aquello no me intriga ni me molesta. No me abalanzo sobre la comida, aunque la prisa que llevo sería una excusa pertinente. Contemplo los manjares, diseño un orden diferente para engullirlos y procedo con la delicadeza de un comensal aristocrático. El pan tostado no puede ir antes que el jugo de naranja, pues se echaría a perder en una boca con intenso sabor al potente cítrico; he allí una simbología del orden a seguir. Habrá que pensarse varias veces.
El zumo a la boca, la garganta desciende, asciende y se siente una aspereza similar a la de una próxima gripe. Y ahora el pan tostado, que casi y salta del plato, espera el turno. Con una garganta que parece enfermar, comerse el pan tostado sin moderación alguna, significaría uno de esos dolores que no he de permitirme. La única salvación posible e inmediata es una siempre confiable taza de café. Hay aquellos que disfrutan al ver la harina sumergida en el café hirviente, para que los dientes la desmenucen con total displicencia. Yo, ciertamente, no gozo de ello tanto como otros, pero agrado por hacerlo no me falta. Así, el pan tostado se zambulle en las brasas humeantes del líquido, y luego van directamente a la boca. La saliva amortigua el calor excesivo del bocado y lo dirige al hoyo de la garganta. Menudo ritual; y pensar que hay gente que lo hace sin la menor dedicación, como si el desayuno fuera un abrir y cerrar de boca y los alimentos debiesen ser metidos en este orificio como a un automóvil se le echa combustible.
Ahora si puedo decir que los dientes esperan su limpieza y que esa es otra faena que he de reflexionar.

viernes, 1 de enero de 2010

El final del asunto...


Te vi llegar, caminar, pasearte e irte. Y tu paseo fue tan largo y dulce, que yo hubiera dicho jamás terminaría. Debió ser por que era juego y a los juegos no nos los tomamos en serio. Por eso, aunque ya te habías volteado, supuse que andarías rodeando, jugando como siempre, y volverías. Mala predicción la mía, lo sabemos ya. Para asuntos del futuro soy inútil, acaso inservible.
Y es que dada la vuelta, no hubo retorno. Podría creer que fue un escape a la agitación. Por temor quizá, o por conveniencia. Son estas las dos fuerzas que mueven todos los actos. Tú no eres excepción, aunque tanto desearía yo que lo fueses. Allí lo que te dije en voz alta: todos somos personas diferentes, pero con las mismas acciones.
Deberás corregirme, porque a veces sólo esputo soberbia amarga y ruin. Pero ya no me mueve la sangre, ni los músculos, ni el esqueleto. Me mueven los turbios deseos que alcancé y ahora alzo en mano. Todo esto a raíz de que veo que te vas.
Llámese locura. Una locura bastante sana, debo decirte. Sin los fantasmas y espejismos que a otros les sobran. Sólo son todos los objetos en su estado más puro y tú, erguida en medio, con curvas un poco toscas, producto de la ceguera que a estas alturas ya no se puede controlar. Déjame ser humano, que me encanta pecar y manchar lo que los demás han hecho muy bien.
Tú diste la vuelta y yo te ataco por la espalda. Ese debe ser el final del asunto.