domingo, 13 de diciembre de 2009

La triste realidad de Alaska

Es por consenso general que entendemos que “2 + 2 = 4” o que la pizarra verde siempre es verde y que los años luz miden distancia y no tiempo. Pero ¿estamos de acuerdo con todo ello? Déjenme decirles que allí, donde dos más dos no sea cuatro y donde pueda ver azul la pizarra verde, es donde comienzo a divertirme un poco. Entonces yo podría decir que los años luz pueden ser guardados en una lámpara y alumbrar mi habitación por un buen rato, o que cuando oigo la voz de mi amada abuela al teléfono no hay otra explicación que la de los procesos telepáticos que existen entre ella y yo ¿Y la cigüeña trae a los bebes? No, tampoco hay que caer en la estupidez. Todos sabemos que las cigüeñas están demasiado ocupadas cuidando a sus propios polluelos; o bien podría hacerse un pacto: las cigüeñas traen a los bebés a sus casas, y nuestras madres llevan a los polluelos a sus nidos ¿todo eso para qué? Por amor a la especie ajena y por la misma razón por la cual se dan todos los intercambios: el exceso de tiempo libre y la falta de ocupación.
Y así veríamos cigüeñas pasearse por París cargando bebés, y madres corriendo en dirección a África Oriental, apuradas por llevar a tiempo a pequeñas aves recién salidas del cascarón ¿y por qué esa devoción a París? Yo nunca la he entendido del todo, ha de ser por su fama de “la ciudad del amor”, cosa que tampoco entiendo. Pero hay asuntos que si están claros: si París es la ciudad del amor, entonces hacemos un trazo en un mapamundi y determinamos el punto opuesto (con longitud y latitud de por medio). Pues nos damos con la sorpresa que Alaska es “la ciudad del odio” (suena lógico para mi), así que por allá todo el mundo debe andar peleándose, divorcios por doquier, quizá un par de asesinatos. Vaya desastre, mejor y nunca viajo a Alaska; seguramente las cigüeñas ni pasan por allí, porque las parejas se odian tanto que no llegan a tener hijos. Pobre Alaska, donde las cigüeñas no pasan, donde dos más dos es cuatro, donde las pizarras son siempre verdes y donde los años luz miden distancia y no tiempo.


domingo, 6 de diciembre de 2009

Los momentos y no más


Me di cuenta que en mi jardín habían desaparecido los geranios, aquellos que yo arrancaba cuando niño ¡Vaya desastre! Un asunto que pudo haber pasado desapercibido, pero ahora que había sido avistado, causaba una tremenda nostalgia en mí, como si fuese un asedio a mi persona, mas que nada a mi niñez: la niñez es un eterno arrancar de geranios, después de todo. Decidido, fui y se lo conté a mi madre.
Ella, mi madre, era la que cuidaba con esmero aquel jardín. Yo, pese a amar la contemplación de los tallos y las espesas hierbas que se dibujaban, los insectos que revoloteaban cual selva para los hombres en los senderos que se formaban de flor en flor, nunca sentí interés por el quehacer de la jardinería, y aquello era por la más arraigada comodidad y un terrible odio a la faena de la tierra.
Se lo dije, lo pronuncié de manera exagerada y hasta solemne, con la urgencia de su respuesta inmediata y con propósito de evadir la resignación. Le dije que los geranios, todos ellos, se habían esfumado. Ya no estaban allí, tan plantados como siempre y tan a la espera del sol que los atraiga o de la mano que los acaricie, le dije. Luego, ya por capricho, añadí que en su lugar se habían alzado rosas rojas, que se estancaban de reto al pasto y que fingían ornamenta. Debo decir que no hay flor que odie mas que las rosas. “Las rosas son vulgares” le dije, y es que belleza no les falta, pero todo el mundo anda llevando y trayendo rosas. A la madre, a la prometida, a la mujer, a un bautizado, a un fallecido. Todo eso hacía que las calificase de vulgares, y por lo tanto inservibles. Los geranios, en cambio, en su simpleza y groseras proporciones, comulgaban una belleza menos pretenciosa. Pero ya no más en mi jardín. Idos de un día para otro, de una manera ruin, sin aviso y precipitadamente.
Y mi madre, mi madre con la tabla para picar alimentos y un cuchillo en mano, descuartizando un tomate, seguía mis palabras, pero no les daba respuesta. Observaba el cuchillo y hacía movimientos rápidos con él. Y no me miraba, pero me escuchaba. Más aun no respondía y toda esa cháchara parecía incomodarle. Mientras yo enardecía mi espíritu por los geranios ausentes, ella seguía dándole muerte al ya inerte vegetal, y no paraba, haciendo el ‘clac’ del cuchillo que ha tocado fondo y volviéndolo a alzar. No hay sentencia para condenar tal vileza: la indiferencia.
Sólo cuando di cuenta que había terminado con el cuchillo, me puse ansioso de la respuesta. Ella me miró y sonrío. Era burla, sin duda. Me quedó mirando y me miró mucho más. Con la burla en boca y sacándose un delantal manchado. “No hay geranios. Y es que no los ha habido desde hace cinco años”


(Basado en hechos de la vida real)

jueves, 3 de diciembre de 2009

Música de fondo

Cuando caes al suelo ya empiezas a creer que las cosas están un poco mal. Luego no puedes moverte y la respiración se hace dificultosa. Te estremeces, empiezas a sudar, y los poros se te cierran. Los ojos no se abren más y listo, te das cuenta de lo que sucede: estás en el tránsito a tu pronta muerte.
No es como todos te lo habían dicho. No vislumbras toda tu vida ante tus ojos. Conste que estás haciendo el esfuerzo de recordar infancia y juventud, pero no sucede nada. Todo lo contrario: pareciese que los recuerdos huyen de ti, que te estás quedando sin pasado y toda tu vida se remonta al fatal presente, donde estás muriendo. Y he allí, eso si era verdad, un negro profundo lo invade todo. Entonces empieza a sonar esa, tu canción favorita, la de toda la vida. Te lamentas que ya no la pasen tanto en la radio, porque las modas sólo hacen eso: dejar pasar las cosas y llevarse lo mejor de ti. Allí intentas hacer un último esfuerzo por recodar tu vida posterior, volver al momento en que escuchaste por primera vez tu canción, pero notas que ya no hay nada que hacer, ya no hay pasado alguno e igualmente, no hay futuro; ni paramédicos, ni el azar te sacarán de esta situación.
El sonido de tu canción favorita, apenas e interrumpido por los gritos del amor de tu vida, que grita tu nombre y golpea tu pecho. Te alegra saber que aun sientes dolor allí, donde ella te está golpeando. No le pedirías que se detuviera, aun así pudieses, ya que sabes que es la última vez que la sentirás tocarte. Tu canción cada vez se hace mas fuerte, los gritos de tu amada van desapareciendo poco a poco, ya no sientes sus golpes en tu pecho y el negro profundo que todo lo invade se hace más intenso. Sólo en ese instante te das cuenta que eso es la muerte: un negro infinito alrededor tuyo, acompañado de tu canción favorita como música de fondo, que se repetirá una y otra vez en tu mente, y nada más. Todo eso no suena tan mal. Podrías soportarlo toda una vida…

jueves, 5 de noviembre de 2009

Té de te tete

No voy a saber como acaban las historias de Joseph. Si, Joseph el cuentista. Sus cuentos no son ni tan buenos, ni tan malos. Pero me interesan. Y es que se ha encaminado en el proyecto de crear el mejor cuento de todos y luego morir. Yo no he entendido del todo esta decisión, pero tampoco me niego. Que haga lo que quiera con su vida y con su muerte; y con sus cuentos.
La tacita de té, su no tan fiel acompañante, está llena, como siempre. Joseph no sabe que el té, en efecto, está envenenado. Él mismo ha puesto el veneno, pero se ha engañado a sí mismo de una manera tan sutil, que en estos momentos ignora las nuevas propiedades del líquido. En cuanto termine el cuento beberá del té y asunto arreglado.
Sus dedos son ágiles y los movimientos que acompañan los trazos de tinta son impecables. Está muy seguro de la historia que desea escribir, de los nombres que va a usar, de la trama que va a seguir y de todo el asunto de un cuento de carácter formalista. Yo nunca he comprendido esta forma espontánea de escribir un cuento; ha de ser porque lo mío son las novelas. Hace los respectivos movimientos, contempla el resultado. Le falta solamente la línea final, la conclusión adecuada. Pero tiene la boca seca, y así no se puede acabar un cuento: así que bebe un poco de té.


miércoles, 21 de octubre de 2009

El arte de subir y bajar escaleras

«Todo esto me va terminar matando –piensa, casi en voz alta –o acaso he de terminar rompiéndome una pierna. Lo que llegue primero». En efecto. La vida en estos momentos no es sino un subir y bajar de escaleras constante, y el hecho de que su esposa esté enferma en cama no hace sino agravar el asunto.
Quién sabe si no va a concluir en su locura. O no; la locura no sería sino el estado final del asunto ya resuelto. Por el momento todo es (solamente) un pánico al ir y venir, subir y bajar, el adelante y atrás de los pies, que por poco y se le enredan.
Sube, allá en la segunda planta, donde su mujer grita de manera desaforada, con palabrotas de por medio y haciendo sonar una muy ridícula campana. Todo esto ¿para qué?. «Se le ha movido la almohada o el cobertor –frunce el ceño –Alguna ridiculez por el estilo». Sube, para toparse con la sorpresa que únicamente lo llamaba para hacerle recordar que se hacía tarde para llegar a la oficina, cosa que él ya sabía perfectamente, pero que en su afán fingido de buen esposo ha tenido que desplazar en prioridad.
No es que le importe terriblemente llegar tarde a la oficina, pero no puede soportar un segundo más el trayecto que separa la recamara del resto de la casa.
Suena el teléfono, en la primera planta. Se golpea la cabeza con los nudillos: siempre ese asunto de poner un teléfono para cada planta se le hacía totalmente necesario, pero nunca lo terminaba de concretar y ahora se golpea por ello. Ir a la primera planta, contestar el teléfono, para darse cuenta que es su jefe que le pide que llegue un poco mas temprano de lo habitual. «¡Te jodes, cabrón! –lo ha pensado, pero no lo ha dicho», mas bien ha respondido con el exceso de amabilidad muy propio de un subordinado, ha mantenido el auricular pegado a la oreja, que a estas alturas ya estaba harta de los gritos de su mujer; se ha quedado pensando si es que acaso existía la posibilidad de llegar más temprano de lo habitual, considerando pues que el auto estaba prestado y en su terrible odio al transporte público. No, no había posibilidad alguna de dicha meta, pero el jefe ya hace rato ha colgado y llamarlo a excusarse no era sino una tentativa de quedarse sin empleo próximamente. Se desquita con el auricular, el cual devuelve a su lugar con un golpe seco y se queda con la mente en amarillo, peculiar pero cierto.
Acaso no ha de llegar más temprano si es que entra en el desengaño del apuro, pero igualmente un retraso mayor seguramente ha de pagarlo más caro. Todo este pensamiento de salir corriendo, sólo para darse cuenta que ha dejado su maletín en la segunda planta; accesorio menester para el viaje a la oficina, y no es que tenga nada importante en el maletín, pero un hombre de negocios siempre ha de llevar un maletín pesado lleno de papeles (no importa que estén en blanco) ya que sino, si es detenido en la calle, no podrá alegar que anda apurado o acaso que va a llegar tarde y puede ser despedido. Además un maletín es un peso en la mano que equilibra el cuerpo rígido, antes, durante y después de la faena laboral, y sin este, seguramente, un día en la oficina se haría más cargado de lo habitual.
Sube entonces, nuevamente, a la segunda planta, corriendo y se da cuenta que ha llegado arriba mas rápido de lo habitual. Ha de ser el constante ejercicio del día. Entra a la recamara, su mujer duerme o medita con los ojos bien cerrados. Camina de puntillas, toma el maletín, que al tacto le causa el gran alivio de estar listo para retirarse a la oficina. Su esposa abre los ojos, lo contempla, le da un fuerte grito diciéndole que ha de llegar más que tarde a la oficina y que si se queda sin empleo, no dudará en echarlo de la casa. Singulares respuestas se le han ocurrido, pero la prisa no permite replantearlas para soltarlas con mayor amabilidad, así que solo sonríe burdamente y se despide con un insípido agitar de brazo, mientras el otro, gozoso, sostiene firmemente el maletín.
Ya todo está listo. Baja las escaleras, casi a brincos y tropiezos. Piensa mucho que si acaso existiese un peldaño más, sería una caída segura y su día estaría arruinado. Abre la puerta que da a la calle, está a punto de salir y recuerda otro de los asuntos pendientes. Y es que se ha olvidado sus cigarrillos en su recamara, pero ahí está su esposa y volver a verla es todo un peligro para los nervios. Igualmente, ha dejado un par de cigarrillos en la guantera de su Ford. Ya casi está afuera pero recuerda que el Ford ha sido prestado y que no será devuelto sino dentro de tres días más.
No hay remedio. Ya teniendo una pata afuera, vuelve a asistir a su hogar, cierra la puerta, deja el maletín apoyado en el umbral y rápidamente sube las escaleras. Sufre un pequeño tropezón en el último peldaño, nada grave. Considera que ese escalón no estaba ahí hacía dos minutos, pero replantea el asunto y le resulta inverosímil. Entra a la recamara, no hay nadie ahí adentro, escucha el sonido del grifo abierto en el cuarto de baño. Aprovecha la ausencia de su mujer para ahorrarse los gritos y rápidamente busca en el cajón superior de la cómoda la cajetilla que anda buscando. No está ahí. Saltea el segundo cajón y opta por abrir el tercero. No es que le cause antipatía el segundo cajón pero considera inoportuno creer que ahí podrían estar sus cigarrillos. El grifo en el cuarto se cierra, por lo tanto su esperanza de salir lo antes posible de la recamara sin que su esposa se percate se acorta. Tampoco hay lo necesario en el tercer cajón de la cómoda. Abre el segundo y ahí están, los muy burlones cigarrillos que seguramente se movieron del primer al tercer cajón y luego al segundo solo para erizarte los nervios.
Se oyen los pasos en el cuarto de baño ya acercándose a la puerta. No oye en esos pasos sino una premonición de futuros gritos que han de alterarte y desquiciarte.
Sin asuntos pendientes no le espera nada más que el viaje con su único acompañante: el maletín que ha dejado en el umbral de la puerta. Siente el repentino impulso de sostener su maletín lo más rápido posible, y todo esto, agregado al pavor de estar nuevamente ante la presencia de su histérica mujer, lo impulsa a salir rápidamente de la recamara. Pone un pie en el primer peldaño. Curiosamente ese peldaño no estaba ahí antes. Baja de manera atropellada; uno, dos, tres, cinco, siete, diez….resbala…


lunes, 19 de octubre de 2009

L'amour est un oiseau rebelle

«¿Qué es París sin Eiffel, monsieur?» Te pregunta y se queda largo rato mirándote, inquisitivo. No le das respuesta, pero se te erizan los pelos, los nervios te traicionan, titubeas y te echas en el diván.
- No lo sé, no lo sé…-le contestas, te tapas los ojos con la mano e intentas soñar –solamente he decidido dejar este lugar. Me agobian tus cuatro paredes, París.
- Pero…Eiffel. ¡Oh, Eiffel de mis amores! Piénsalo todo dos veces, o acaso muchas veces mas. Nos hemos quedado sin nada, pero lo tenemos todo, todo lo que requerimos, todo lo que necesitamos.
Su voz apenas y llega a tus oídos. No distingues su suplicante verbo, pero igualmente todo esto agobia tus sentidos, te estremece el alma. Le mandas callar y pides la soledad en el reposo.

Mírate, pues. Estás hecho un desastre, de los que andan por las calles y apenas tienen la vergüenza suficiente para ir con la cabeza agachada. Compras tus ropas y las de París en Le Fashion, sigues caminando, te tropiezas con tantos transeúntes y crees que el azul clarísimo del cielo no es sino una pizarra para tus antojos, ahí donde has de pintar las tribulaciones que han de cruzarse en tu vida, ya que estás a punto de partir, de decirle a París que has de dejarlo para emprender un nuevo rumbo, abrir tus pequeñas alas e intentar volar lo más lejos posible. Pero lo amas ¿o no, Eiffel?
«Lo amo», te repites en tu cabeza, pero tus tercos pies ya están tomando otro camino. Vas por la rue Legendre y te topas con un par de conocidos. Esquivas miradas, cabizbajo, doblas en Avenue de Clichy. Te matan los pies, te matan los nervios. Nada como pasear por las tumultuosas calles de la ciudad que no amas tanto.
Allí, de tanto caminar, has terminado en la Opera Garnier. Y te quedas contemplando. Piensas en Le Fantôme de l'Opéra. Te sonríes y sigues tu camino por las soleadas calles parisinas, sin rumbo y con dos sacos embolsados. Uno de los cuales has de regalarle a París, si es que acaso piensas ir a verlo ¿Cuál puede ser el otro plan, Eiffel?
Te encaminas, entonces. Rumbo al Boulevard de Magenta para dar encuentro a París y darle el bonito saco escarlata que llevas en mano. El otro, el de color negro, es para ti, o al menos así lo has pensado. En tu exquisitez podrías invertir el asunto y darle el negro a París y quedarte con el escarlata; aún considerando que a tu amado París no le gustan los sacos negros, has sido tú el que se ha dado el trabajo de ir a comprarlos, y Le Fashion no es sino uno de los lugares mas caros de la ciudad, así que has de engreírte un poco mas a ti mismo, Eiffel.
Caminas pues, por rue la Fayette y los nervios se te erizan otra vez ¿y si él quiere el saco escarlata, Eiffel? No…pues entonces has de quedarte con el saco negro. Ni modo. Aun así te hubiese gustado tanto el escarlata. En tu momento de brillantez hubieses comprado dos sacos escarlata, pero no tienes muchos de esos momentos; al menos no últimamente.
Y el Boulevard de Magenta te extiende su generoso tramo, lo despliega ante tus ojos. Allí, en el último trecho de la extensa calle, te espera el amor de tu vida, el muchacho por el que te metiste en toda esta aventura a la europea. Aquel que te ha retenido ya casi dos años en esta ciudad que no amas tanto.

Él ya huele todo el asunto. Sabe de tus pretensiones de independencia, de tu afán de emancipación. Ha sospechado todo cuando te has echado a llorar aquella tarde y casi terminas sumergiéndote en las aguas del Sena, pero él te detuvo, justo cuando tus dos pies se apartaban del filo mismo del Pont d'Austerlitz. Te abrazó contra su pecho y te ha besado como a un niño. Te llevo de la mano a casa y no te pidió explicación alguna, pero lo ha guardado todo muy bien ¿no lo crees así, Eiffel?
Pero para ti, un hombre que anhela la libertad, toda esta muestra de amor no es suficiente. O al menos no por ahora. Por el momento, solamente piensas en surcar los cielos en un avión similar al que te trajo por acá.

Por fin, has llegado. Te has parado y has contemplado el alto edificio, ventana por ventana. Y ahí, en el sexto o séptimo piso, asoma su cabeza. París mirando bruscamente al horizonte y quebrando con la mirada el pequeño parque de la acera de enfrente, casi soñador.
-¡París! –le has gritado y has agitado la mano -¡Paris, mírame que ya he llegado!
Ha bajado la mirada, te ha contemplado con rudeza, pero ha ido ablandando el rostro y su ceño fruncido, hasta culminar en una notoria sonrisa.
-¡Oh, Eiffel!¡Si mereces el peor de los castigos!¡He estado esperando las horas necesarias, aquí, contemplando las calles por ti, sólo por ti!
Rápidamente ha dejado la ventana para venir a tu encuentro. Mientras baja has estado mirando el parque de enfrente ¿no es allí donde se conocieron? Pues no. Pero es tan romántico imaginarlo así. Es, acaso, el parque mas interesante de esta ciudad, de la ciudad que no amas tanto y de la que quieres huir.
Y de repente, ahí, enfrente tuyo, ya está parado el hombre de tus amores, y que a la vez es tu carcelero. El mismo que no te ha dejado huir y lo odias por ello. El mismo que ha impedido que tu cuerpo flote inerte en las diáfanas aguas del Sena y lo odias por ello. El mismo que te besa y te acaricia todo el cuerpo con una intrépida lujuria y recorre tus tensos músculos para hacerte sentir sensaciones nuevas, y lo amas por ello.
Allí, plantado a menos de un metro tuyo, aquel hombre alto y de esos ojos brillantes y bien formados ¿es razón suficiente para quedarte, Eiffel?
Te ha tomado de la mano, ha hecho una reverencia, te la ha besado y se ha vuelto a poner de pie, sonriéndote con la misma candidez del primer día que se vieron, hacia ya poco mas de dos años. Luego ha mirado las bolsas que cargas.
-¿Qué llevas en las bolsas, Eiffel? –te ha preguntando, como un niño emocionado que aguarda un presente.
Le has sonreído y has alzado una de las bolsas, dejando la otra apoyada contra el empedrado. Has sacado el contenido y le has mostrado el saco, el escarlata.
París se ha quedado embobado un largo rato, ha acariciado el saco, ha sentido la suavidad del tejido. Luego se ha abalanzado contra ti y te ha dado un largo beso en los labios y te ha abrazado con fuerza.
-Pero…si eres terrible, Eiffel –te ha dicho sonriente, tomando en sus manos el saco –Esto debe costar una millonada, querido. ¿Le Fashion, eh? La mala costumbre no te la quita nadie, Eiffel mío.
Se lo ha probado y voilà, le queda tan magnífico como te lo habías imaginado. Sus delicados hombros encajan perfectamente tras la rojiza tela. Su rostro, bastante pálido, resplandece como una luz, y sus suaves bucles contrastan con el saco.
-Está perfecto, París. Mas que perfecto…-le has dicho y te has quedado mirando.
Te ha tomando nuevamente de la mano, y esta vez te ha halado consigo. Apenas has podido coger la bolsa con el otro saco y seguirle el paso.
-Pues esto habrá que celebrarlo…-te ha dicho muy alegre, aun halándote –Cómo si pudiésemos darnos estos lujos ¿eh, Eiffel? Pero bah, el gasto ya está hecho y unos gastos más no nos harán daño. O quizá si, pero no ha de matarnos.
Se ha detenido, frente al café Piccolo. Te ha lanzado una sonrisa, y te ha hecho señales para que pases primero.
Has cruzado la puerta, has hecho sonar la campana en el umbral y te has quedado mirando el lugar. Te ha traído tantos recuerdos.
Había sido allí, donde tú, pequeño viajero proveniente de Italia, te habías topado con París por primera vez y habías hecho obvio tu agrado hacia su persona.
‘Piccolo’, pues que nombre tan ridículo para un café situado en Boulevard de Magenta, uno de los lugares mas representativos de la metrópoli parisina. Pero a ti, proveniente entonces de Italia, te pareció el único lugar al que eras digno de entrar, ya que no te sentías para nada un poblador de esa ciudad, entonces nueva para ti.
Las banderas italianas en las paredes te hicieron reír. Esa era la idea de patriotismo que tenían los italianos, llenar de banderas cuanta esquina pudiesen, pintar los tableros de las mesas de verde, blanco y rojo y cantar fuerte el Il Canto degli Italiani.

Fratelli d'Italia
L'Italia s'è desta
Dell'elmo di Scipio
S'è cinta la testa
Dov'è la vittoria?
Le porga la chioma,
Ché schiava di Roma
Iddio la creò


Todo esto te recordaba mas a Mussolini y al saludo romano que expresaba Il Duce, antes que a tu queridísima Italia, ya casi extraída de tu memoria, para ser reemplazada por el sinnúmero de monumentos parisinos que apenas y despertaban algún interés en ti.
¿Has despertado, Eiffel? Pues si, has despertado. Te has dado cuenta lo lejos que estás de casa, de los lugares que amas, de la ciudad que anhelas.
Y ahí, el hombre que ha enturbiado tus sentidos, parado frente a la puerta, sonriéndote con toda la bondad (o será acaso malicia).
Pero no, has decidido que todo esto debe terminar. Has cogido la bolsa con el saco y se la has lanzado a la cara, lo has desconcertado. Has aprovechado el pánico para salir huyendo del local, mientras todos los parroquianos te observaban con curiosidad.
Has salido al Boulevard de Magenta y has mirado al cielo, a la pizarra azul donde has de trazar tu destino. Y si, ahora estás dispuesto a trazarlo.
Has corrido, como los mil demonios, dejando tu alma atrás. No has titubeado esta vez cuando has oído sus gritos atrás. «!Eiffel, amor mío¡». No, Eiffel. No debes retroceder. Ya todo esta planeado, ya sabes a donde vas y a donde no vas y sabes además como va acabar todo el asunto. Vaya ingratitud la tuya. Mejor has de voltearte unos segundos, lo ves allí a lo lejos, parado en la puerta del café, apenas y puede mantenerse de pie.
-¡Adieu, París! Je t’aime –le has gritado, te has vuelto a dar vuelta y has seguido corriendo, todo está hecho.
Corres. Boulevard de Magenta, luego Boulevard du temple, luego Boulevard Beaumarchais, luego Boulevard de la Bastille. Y ya, ahí, frente a ti, ya casi llegas: el Pont d'Austerlitz, allí mismo, en el mismo lugar de siempre, el de los fatales recuerdos.
Te acercas, te asomas, miras al cielo una vez mas y ves ahí dibujado el triste destino de un extranjero en París, finalmente has de dejar la ciudad que no amas tanto y has de volver a casa, a donde perteneces, Eiffel; el Sena enfrente tuyo, y saltas…



martes, 13 de octubre de 2009

La vie


Los rayos oblicuos de un sol poniente sobre tu gastado rostro tras un día lleno de los trajines propios de un hombre de ciudad. La piel arrugada, recordándote tu condición de humano que algún día se hará polvo bajo las espesas capas de tierra que han de cubrir un inerte conjunto de tejidos. Así te sientes ahora, pero una vez en cama, soñarás. Tu pesado cráneo hará contacto casi místico con la suave espuma de tu almohada y te engañaras a ti mismo creyendo que el día ha pasado rápido, cuando en realidad, mientras duró, a duras penas el segundero daba una vuelta entera a tu insulso reloj de hojalata y no podías contener tu propio organismo, mientras tu alma se liberaba de tu cuerpo solamente para soltar notorios quejidos.

"Ha sido un día duro en el trabajo", le querrás decir, pero ella ya duerme hace bastante antes de que hicieras tu heroica llegada. No la culpes; son altas horas de la noche y ella no es igual de laboriosa que tú. Igualmente no se lo hubieses dicho.

Ella siempre anda quejándose de tus comentarios derrotistas en los que te meces todas las noches, pretendido enaltecerte en tu labor obrera. Porque eso es lo que eres: un obrero al servicio del patrón, aquél que te hace sudar y no suda ni un poco, aquel que ríe ante tus peripecias mundanas, tus desgracias citadinas.

Y dinos ahora ¿no te sientes desgraciado? Pues sí, así te sientes. Y no sólo eso. Te sientes perturbado por el día nuevo que ya se asoma. Le guardas terror a estos eventos repitentes que te acosan. Pero ¿a quién has de contárselo? Si aquella, tu fiel acompañante de toda la vida, no es sino un costal de mal humor que pareciera esperase que abras la boca para abofetearte de manera casi instantánea con reproches de toda índole, de mala gana y con el rostro arrugado, haciendo perversos mohines propios de algún verdugo que condena con la mirada.

Qué poco sentido tiene tu existencia cuando te pones a reflexionarlo así, bajo el umbral de una tenue luna que apenas y te alumbra. Se te estremecen los huesos y preferirías dormir a estar socavando en tu terrible condición. Se te hiela la piel. Qué irónico que ese abrasador sudor que templa tu cuerpo sea producto de una alta fiebre nocturna, pero no te has percatado de eso y no hay nadie que lo haga por ti.

¿Has tomado en cuenta, acaso, que ya han pasado varias horas desde tu llegada? No, no lo has hecho. Sigues pensando que acabas de entrar en el gélido hogar tuyo y que aun te restan largas horas de reposo. Pero te engañas y mañana por la mañana (¿o acaso hoy mas tarde?) te arrepentirás de estos prescindibles e inútiles pensamientos de introversión que al fin y al cabo sólo minan tu ya bastante flácido amor propio.

Te acurrucas un poco mas, creyendo que así conciliarás el sueño de manera más rápida. Te deslizas entre las sábanas y te cubres del todo. Se te corta la respiración, así que vuelves rápidamente a las afueras, escapando de lo que sería el más cómico final para una vida tan desgraciada. No podía ser así. Una existencia tan trágica debía tener un final igualmente trágico ¿Te pones a imaginar los posibles eventos que podrían acabar con tu miserable estadía sobre tierra? No. Eres muy cobarde para ello. El sólo intento de evocar a la muerte te produce fuertes dolores de carne, se te erizan los pelos y tu insomnio se agudiza, entrando en el círculo vicioso del mal descanso.

A veces te las das de indolente ¿no? Te haces el todopoderoso, el que no se aterra frente a las fieras circunstancias que te rodean, el que no se arrodilla ante nada. Rápidamente te estrellas contra la realidad que se erige ante ti, imponente. Y tú, caes en tus rodillas, apenas y tienes la dignidad como para alzar el rostro y vislumbrar tu paupérrima situación de condenado, de flagelado, de circunscrito a las condiciones que se decreten.

Ni modo, te han entrado las ganas de ponerte de pie, pese a que las estrellas aun tiritan de manera burlona y arrogante. Te has escurrido delicadamente hacia la puerta de tu habitación, sin hacer el menor ruido, para no despertar a la fiera. Y ya. Ya estas en el pasadizo de afuera, un poco mas a salvo. Caminas un poco menos sigiloso. Recorres el no tan largo pasadizo y llegas al comienzo de las escaleras, las de caracol. Las bajas lentamente y en el cuarto escalón, contando desde arriba, casi sufres un resbalón. Te incorporas rápidamente. Te ríes un poco de ti mismo y sigues bajando, ya con menos prisa. No quieres sufrir otro resbalón.

Una vez das lugar al último escalón, recorre tu cuerpo una sensación de victoria, de esas que no te has permitido mucho en la vida. Contemplas el hall de entrada, que es tu rincón favorito de la casa. O mejor dicho, intentas contemplarlo. Todo está muy oscuro y solo percibes opacas figuras de azules oscuros con las que no te familiarizas, y no eres tan intrépido como para encender la luz.

Te acercas a la puerta de entrada, pones tu fría mano sobre el tibio picaporte y lo giras. Se suelta un ligero sonido, propio de las bisagras sin aceitar. Nada para alarmarse. Pero tus enturbiados nervios son susceptibles a cualquier ridiculez.




(de esos cuentos que uno deja inconcluso por haber perdido la ilación...)

jueves, 1 de octubre de 2009

El no-descubrimiento de América



¿Hemos, acaso, descubierto la Tierra Prometida? No. Porque no sabemos nada. Nuestros sesos están fundidos en ignorancias y en quimeras que nunca toman forma real.
Zarpamos a altamar y nos perdemos en lo plano del mundo. Los océanos son todos del mismo nombre. La tierra a la vista no es mas que eso: un pedazo inmundo de islotes que se cuelan en el ojo; nada por delante y nada por atrás.
¿Y para qué queremos explorar esas ariscas tierras pobladas de negros involucionados? ¿Son acaso poseedores de la buena fortuna o de rituales que convengan con nuestros propósitos? Sinceramente, lo dudo mucho.
No vale la pena surcar las turbias aguas de estos mares para alcanzar poblaciones de mentes más turbias aún. Que besan la tierra, que adoran al sol, que apenas y cubren sus muy adefesiosos cuerpos.
Qué horrible fortuna nos han asignado. Qué derroche del preciado tiempo que veo escurrirse entre nuestras gastadas manos.

Es por todo esto que he decidido dar marcha atrás en el viaje, aunque esto signifique la más dura sanción en tierra de reyes. Yo, humildemente, renuncio a estas tres embarcaciones y cedo mi puesto a quien anhele adentrarse en utopías mas que en la laboriosidad propia de un hombre de mar o aquel cuyo tiempo no valga acaso mas que los lingotes con los que se me ha pagado esta farsa de viaje de descubrimientos.


Cristóbal, hijo de Doménico.

jueves, 17 de septiembre de 2009

¡Hey, niño avestruz!

Una vez la secuencia de eventos poco afortunados ha posado la mirada en cualquiera de nuestras esencias, la búsqueda de la verdad, o siquiera de la salvación, es tan impertinente como nuestro mérito de ellas.

Así, escondidos bajo las sábanas de la muy débil voluntad, con tan pocas ganas de vislumbrar las circunstancias que ya están por atormentarnos, solo queda esperar a que toquen la puerta, trayendo consigo la reminiscencia de todo lo perdido y todo lo que hemos de perder.

Esos son los muy ridículos espectros del pasado, que dibujan sus hurañas siluetas, y se ocultan a los ojos, pero cuya precipitada aura y su constante tamborileo, que llega a nuestros oídos cual hermoso canto nupcial, es sin lugar a duda una ceremonia de pacto con la ahora bien disfrazada fatalidad.

Y siempre escondiendo la cabeza bajo tierra. No sé a que ave me recuerdas.

¡Qué podridos estamos todos!

jueves, 3 de septiembre de 2009

Dos Pies en el Cielo

II

Que oscura, Saint German, y putrefacta cual colmena de los desfilados roedores de alcantarilla. Y oler todo esto bajo el vislumbrante umbral de hilos de luz de verano, fiero capataz del viaje en acera, es tan inhumano como lo demás.
Todo esto, débil y encorvado, nos ha atrapado por los tobillos y nos ha arrastrado a la cotidianeidad.

A estas alturas ya no queda nadie con quien charlar, en las torcidas vías que han de terminar en la sucia pastelería del Peldaño Mujica.
- Esas colillas no han de fumarse –me miraba de reojo, el viejo testarudo, asustado de mi atrevimiento –Huelen a diantres. Los huevos podridos de Santa Estela.
- Lo de Santa Estela no está tan mal – contuve una risa para lo que había soltado – La vieja no es una cocinera francesa, pero me llena las tripas.
Saque la colilla de mi boca y la pise con el taco del zapato. Ciertamente soltó un asqueroso olor a azufre que tardo varios minutos en escapar de mi nariz.
- La vieja Celia no sabe distinguir entre una espátula y un tenedor –esbozando una sonrisa llena de imbecilidad, el viejo andaba cabizbajo y reflexivo – y llenar la tripa se puede hasta con piedras.
La vieja Celia igualmente se hubiese reído. Por tanto, interceder por ella no tenía la mínima gracia.

Se dibujaba la curva de La Rueda a pocos pasos, y el camino se hacía más angosto. El viejo cepillaba el asfalto con sus suelas lastimeras y yo siguiéndolo con la mirada.
- ¡Tan pronto hemos llegado a La Rueda! –me miró el viejo, con perplejidad –Está tan vacía como se merece. El Peldaño Mujica la ha saboteado muy bien.
Las mesas estaban intactas y con las sillas empotradas encima. Recordé yo las épocas buenas de La Rueda, donde los parroquianos, fieles a Raúl Baldía, llenaban el pequeño local y parecían festejar todas las noches. Cuando el anciano Baldía falleció le aparecieron varios hijos no reconocidos por todo rincón de Saint German, y su preciada franquicia dio lugar a fieras disputas legales, que terminaron por conceder el local a un inexperto burgués, el cual no demoró en sumir al elogiable café en un espantoso bar sin concurrencia.
- Baldía debe estar retorciéndose en su tumba – me esforcé por no decirlo con lástima. El anciano siempre había sido de mi simpatía –Debió llevarse a La Rueda a la tumba consigo.
El viejo me miró y asintió, luego dándome una palmadita en la espalda, haciéndome notar que no había ocultado bien mi rostro de nostalgia.
- ¡Eh, muchachos! –una cuadra adelante, nos gritaron -¡Los esperaba!
Parado adelante nuestro y agitando cordialmente el brazo, estaba Manuel Mujica, invitándonos a pasar al tranquilo y apacible Peldaño. Finalmente un poco de buen descanso y buena comida.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Dos Pies en el Cielo

I

Cansose la vista ante el pensamiento adultero del vagón, que a estas alturas andaba como sin rumbo.
La piel, blanca como las nubes acumuladas en lo celeste, invitaba a un irreprochable deseo carnal, entre ligeros parpadeos difíciles de percibir.
Cuando la maquinaria a carbón había sido revivida, igualmente mi conciencia volvía al cuerpo, desenfadando las no tan sigilosas miradas que le había enviado y que, ciertamente, ella había avisado, pero déjaseme sin respuesta.
El monótono trucuteo del suelo, contagioso a los pies, era sino el único sonido, como infernal, que daba la sensación de vida, de lo contrario todo nos hubiese parecido un triste aglutinamiento de almas condenadas.

Volvía pocas veces mi cabeza hacia el cristal, para avistar el cálido paisaje de las fieras sabanas, cuyo infinito manto de arena lograba, a momentos, enfriar mis sentidos. Y de a ratos nos sorprendía un solitario cactus de tuna, que corría escurridizo en dirección opuesta al móvil, escapándose fugazmente de la vista, siendo un momento excitante en medio del dorado calor.

Cuando retornaba al coqueteo de miradas, notaba el rubor de sus mejillas ¡Cómo no notarlo! Se coloreaban en su piel tan cándida y llamaban a mis ojos, acaso, a una lujuria mas intensa. Era ese el mejor momento para cerrarlos y dejar la imaginación volar.
De repente sonaba el estrepitoso silbato, anunciando la proximidad a una nueva estación y al momento siguiente la turbia procesión de pasajeros. Muchos bajaban del vagón y otros muchos subían.
Nosotros dos, por nuestra parte, permanecíamos ignorando el asunto, para no romper la magia, que parecía una atadura producida por la insistencia de las miradas. La nueva multitud, acumulada en tan estrecho vagón, se iría reduciendo en las siguientes paradas. Subió en algún momento un paisano comerciante, cuyo cargamento perfumó el pequeño cubículo con un intenso olor a especias de exportación. Ha sido aquel exótico aroma el que me ha aturdido y me ha encomendado al sueño.

domingo, 16 de agosto de 2009

Enter the chicken...

- ¿Tomas desayuno?
Esta mañana Aria se ha levantado temprano y ha puesto en marcha su rutina de quejarse con los vecinos de los ladridos de Chuck a lo largo de toda la madrugada; realmente alguien tiene que hacer algo con ese animal.
Puedo ver como el frío recorre la tersa piel de sus muslos y la obliga a temblar y acurrucarse un poco mas en las sábanas azules.
- ¿Tomas desayuno? – he tenido que repetir, pero esta vez me ha respondido con la mirada y ha vuelto a cerrar los ojos.
Ella anda muy desanimada desde hace mas de una semana. Pasa sus días leyendo viejos recortes de periódicos, jugando al solitario con una baraja incompleta de cartas que le regalo su antiguo novio o simplemente duerme. Quisiera yo saber que pasa con ella.
El café que yo preparo es insípido, no la culpo por rechazarlo, los huevos revueltos se han quemado otra vez, el jugo de naranja está mas agrio de lo necesario.
Se ha sentado a la mesa conmigo, ha analizado mi triste intento de ser un buen esposo y se ha tomado el jugo de naranja. No le ha gustado, pero igualmente me ha sonreído y ha fingido que si.
- ¿Hoy volverás temprano? –me ha preguntando dejando el vaso medio lleno y apartandolo –recuerda que hoy saldremos a cenar.
He querido contarle que hoy tengo demasiado trabajo, que no podré volver temprano y que no podremos ir a cenar. No he podido.
- Si, mi amor. Volveré temprano. Espérame lista para salir – mi voz ha salido insegura y temblorosa, seguramente ha sospechado.
Chuck está ladrando, como todas las mañanas. No se me ha ocurrido mejor idea que darle los huevos revueltos. Si alguien debe morir por mi ineptitud en la cocina, pues que sea el perro de los vecinos y no nosotros.
Aria ha intentado terminar el vaso de jugo, se rindió faltándole tan solo un sorbo, luego le ha dado su oportunidad al café y tampoco ha podido ¡Vaya que soy un fracaso en la cocina! Espero que esto la anime a volver a preparar los desayunos. Ella si lo hace bien.


miércoles, 12 de agosto de 2009

Demencia

He aquí un hombre que soñó ficción. Y la volvió a soñar. Doce noches seguidas de ficción, que se escurría en su masa gris y que apretaba sus sesos contra la pared del cráneo.
Cuando no pudo mas con el dolor se escabulló en su propia mente, en una empresa un poco arriesgada. Apartando entre sus manos sus pensamientos que lo rodeaban en forma de luces titilantes, llegó él a la fuente del problema.
Su conciencia yacía en el suelo, haciendo germinar los pequeños brotes del líquido gris del que tantos le habían advertido. Había dejado de ser un soñador para venir a ser un patético esclavo de su propio ser, no teniendo mas remedio que huir de los mundos fantásticos que él mismo había concebido. Y, efectivamente, apresuró el paso, jurando un retorno y dando largas zancadas.
Hoy su cuerpo permanece despierto entre espasmos de inquietud, gimiendo exasperado por encontrar un poco mas de ficción.



lunes, 10 de agosto de 2009

Vitur (Cap. VI)


Del muy largo rosario



Como las décimas del rosario de un sábado pasado, Demi iba desgajando los recuerdos de infancia que en su mente se entrecruzaban cual infinitas historias de un libro, donde vislumbraba la figura de papá, de mamá y de hermano. Aún tengo la duda, si acaso yo era el hermano que intervenía en sus relatos, porque mi memoria nunca fue tan privilegiada como la de Demi y por ello no recordaba haber formado parte de sus fábulas.

Contaba las historias una tras otra, con minuciosos detalles y extensas descripciones de los hechos, haciendo ligeras pausas para refrescar su prodigiosa memoria. Cerraba los ojos y empezaba los relatos, con un tono que oscilaba entre el drama y la ficción, desvaneciendo todo el entorno en una nube que luego tomaba forma de épocas pasadas, en la casa lejana donde habíamos vivido nuestra infancia.

Papá andaba bien de salud, entonces. No estaba tan encorvado y sonreía mucho más. Iba de aquí para allá, siempre con un asunto importante por resolver, esperando el crepúsculo como señal de que debía volver a casa.
Mamá y nuestra criada Idelsa gastaban sus horas entre los quehaceres del hogar, dedicándole especial cuidado a desempolvar los muebles y cachivaches que se habían acumulado con el tiempo; labor de nunca acabar.

Demi y yo jugábamos, tranquilos de la vida, en el patio de atrás, juegos que yo no recuerdo y que ella siempre omite en sus relatos. Retengo únicamente mi gran afición por observar caracoles durante largas horas, con la paciencia suficiente como para que Demi dejara de insistir en que aquella era una diversión ridícula. Ella por su parte siempre mostró devoción hacia los aviones hechos de papel, los cuales hacía volar durante toda la tarde, probándolos en diferentes corrientes de viento, de diferentes materiales, con diferentes pliegues. Esta simpatía hacia la aviación cobraría mayores dimensiones cuando, diez años después, adquiriría a Amistad, una modesta avioneta comprada de segunda mano a la que ella iría añadiendo piezas importadas, trasformándola en una admirable maquinaria moderna que traería muchas alegrías y tristezas a la familia.

La noche llegaba y todos nos reuníamos en el hogar, sentados a la mesa y luego a dormir. El patio quedaba repleto de pequeños aviones de papel que el viento se llevaría y de caracoles que dormían (o quizá no dormían).

Así lo cuenta Demi, como el relato de nunca acabar. Como las décimas de un rosario de un sábado pasado…

sábado, 1 de agosto de 2009

Vitur (Cap. VII)


De la eterna Amistad


Amistad, tu nombre es santo. No es mas estresante el sonido de tu motor en las tempranas horas de mis madrugadas, que discurren entre un sol que sale y una luna que cae. O acaso cuando surcas los vientos no hay quejidos de los benditos y pulcros grumos que cortas de manera estrepitosa.

Igualmente, y con la misma fuerza, cortas la cordura de esta mente intranquila, que ha abandonado el sueño, rogando por el mundo vacío y su escala de grises.

Pero aun es bello el espectáculo, de ti y tus grandes alas, yendo y viniendo, con un ligero silbido que se mancha en la distancia. Como el mas bello mensajero, que a toda prisa, entre presuntuosas curvas, trae consigo el mas íntimo vértigo.

¡Que positivas se vuelven, entonces, las mañanas! Cargando con estas ojeras que se disimulan con la sonrisa, como pidiendo permiso para el festejo. Amistad, son tus alas extendidas las que se arman al son de un silbato, y las espesas capas de humo que esparces en el cielo, las que hacen que el descanso pierda su valor.

Son las tardes de alegría que Demi me ha traído, con su avioneta «Amistad».


martes, 28 de julio de 2009

Vitur (Cap. XI)

Del sueño ligero de Demi


El timbre en la madrugada, tan estrepitoso como una explosión de murmullos que destrozan el vidrio de la cordura y se cuelan a la mente tranquila del más pausado espíritu; de un alma en reposo que, indefensa, se ha encomendado al sueño.

Así fue y será esa madrugada que Demi tocó cuando aún todos gemían en lo oculto, en ese mundo que nadie visita despierto. Fue la peor desgracia penetrar mi templo de sosiego y pasividad al darle vuelta a la llave en el cerrojo, que al principio se negó a ceder, advirtiendo todas las desventuras que colmarían mi vida a partir de ese instante en que ella lo invadió, arrasando con todo.

Demi estaba más radiante que nunca, quizás producto de la madrugada que esparcía su neblina por todos los rincones de la avenida, haciendo que esta mutase en un paraje totalmente ambiguo que invitaba a la somnolencia. Y ella ahí, parada, respirando agitadamente, y con la mirada clavada en la más lejana de mis paredes interiores, o mas allá aún, buscando descargar toda esa pesadez que inundaba su ser.

La avenida parecía volverse más estrecha, intimidada por la presencia de un ser tan melancólico como lo era Demi. El empedrado se estremecía, los ladrillos de las casas temblaban en curiosidad. Parecía ridículo concebir que en un par de horas esta sería una avenida muy transitada y tumultuosa, pero efectivamente lo era.

Los ojos de Demi estaban más oscuros de lo habitual, sus labios más secos y su mirada más perdida. Continuaba con su respiración agitada, que tornaba el ambiente a un estado fúnebre y lúgubre, encadenado a las circunstancias de la hora tan callada. Su pequeña boca expulsaba alientos gélidos de manera sincronizada.

La invité a pasar, como quien vierte una espesa capa de desgracia en exquisitas porciones, pero con la mayor alegría plasmada, con facciones débiles y quebradizas de intenciones nobles. Era bastante obvio las pocas ganas que tenía ella de entrar, así como mis pocas ganas de dejar que entrase, pero ella no se molestaba en disimularlo; aun así lo hizo, sin muecas ni muestra de incomodidad, tan sólo con el aire de perplejidad que había mantenido desde el comienzo de su visita.

Han sido sus labios y no su alma los que han dado a conocer los agitados latidos de corazón que han revolcado su cuerpo y el mío. «Papá ha muerto, hermano». Nos invadió un silencio curioso, que congeló toda posible reacción furiosa o triste. Su voz lánguida demoró en recorrer el pequeño espacio que nos separaba y retumbó en mis oídos como el timbre a su llegada. Ella tan solo lo había soñado, pero naturalmente cualquier sueño de Demi tomaba un carácter factual.

Poco después sus ballerinas hacían crujir el piso, mientras cerraba la puerta a su ida, dejándome tan solo ese asqueroso olor a muerte, que permanecería en mi hogar al largo de toda mi vida, penetrando en las hojas escritas como la última vez que vi a mi hermana Demi.

viernes, 24 de julio de 2009

La Boda

El día de su casamiento las dudas lo empezaron a acosar. Aquellas dudas que siempre habían estado pero que nunca habían arremetido contra su conciencia y cuya esencia parecía de naturaleza mundana y hasta banal.
Sin embargo, el recuerdo de la sonrisa arqueada en las noches de amor, que alguna vez habían sido motivo de las mas largas fantasías, parecían ahora aquejarlo, atormentarlo, como amenazándolo con un filo peligroso que se acercaba a la yugular lentamente.

Lo pausado de cada pensamiento y del pasar del tiempo determinaba que esto pareciese mas bien una condena, en espera de un verdugo. Le pesaba la conciencia mirar el reloj de pared y saber que añoraba aplazar el momento que, hacía poco, tanto había deseado. La inseguridad lo invadía y hacia que su cuerpo frío se tambalease, que jugase ridículamente con sus dedos, que la frente le sudase y la mirada se le empape.
Por la ventana ya se percibía la humedad de su última noche vacía, la luna mas brillante que nunca, anunciando el final del plazo a una vida tan solitaria, las estrellas titilando como advirtiéndole tantas cosas que sus ojos llorosos no podían entender.

Un libro oscuro en el sillón, un puñal al otro extremo, un paquete de cigarrillos en la cama. La noche mas triste de todas, jugando a una historia sin fin, al desenlace de todas las bondades de la mas larga existencia.
De repente el olor, el mas terrible de todos. Sus sentidos ya percibían el olor a brisa marina, propio del amanecer que dictaría la sentencia. Aquel momento alegre que mas bien era trágico. Luna y estrellas aun espléndidas, marcadas y brillantes, determinando la salida de todas las criaturas nocturnas, pero esa brisa marina que cada vez cobraba mas fuerza, que teñía el ambiente.

Un libro oscuro en el sillón. Un puñal al otro extremo, la locura del incesante acoso a los sentidos, a la conciencia. Nada de esto debía darse aún. La inseguridad, ya derramada en cada beso y en cada juramento pasado, en todas esas blasfemias que habían esperado este momento para mostrar su verdadera naturaleza.


Al día siguiente se encontró el cuerpo del novio, tendido en el suelo y empapado de sangre, con un puñal en la mano y, curiosamente, con una indiscutible sonrisa plasmada en el rostro.
La boda se había cancelado.

jueves, 16 de julio de 2009

M.A

Aquel lunes, que mas bien parece martes, en el jardín de atrás que mas bien parece un parque, juega ella entre enredaderas y lirios.
Desliza la sonrisa de aquí para allá, baila entra orugas, capullos y mariposas. Corta el viento con las fuertes ráfagas de su voz y ríe como las ninfas de Odiseo.
No he de enamorarme de sus oscuros cabellos, hilos negros que juguetean y ven el mundo pasar y el silencio callar. Salen de detrás de esa espesísima selva dos espejos que hipnotizan, que atraviesan la pupila y que acogen el reflejo entre los manantiales y las oscuras pantallas que todo lo ven.
Y yo observo. Escribo los detalles en la corteza de un árbol, en los pétalos de una flor o en el barro trás la lluvia ¡Cómo quisiera recordarlos todos! Mirar sus pies bailar descalzos sobre el pasto, con la delicadeza de la más sutil de las danzarinas. Y cantar, cual ruiseñor, las notas mas exactas que entran por el oído y enamoran a toda alma, a todo ser, a todo hombre.

domingo, 21 de junio de 2009

Decaf


...¿Qué es la vida sin una taza de café?

Mañana no bastará escribir versos, ni los largos trancos por parques desiertos en la mas tranquila de las danzas matutinas. Si acaso me apagasen la luz del sol y tuviese que andar descalzo, si acaso los vientos soplasen mas que fuerte, si acaso la incertidumbre me cegase y me dejara sin rumbo… ¿Qué es la vida sin una taza de café?

Que priven a todos de suculentos manjares, que la mas pequeña de las agujas del reloj se desplace mas rápido aún y así no se pueda saborear el mas dulce de los momentos, y la vida, ahora agria, se estrelle contra las ventanas de esta eterna vanguardia, de esta actualidad que nos digiere lentamente, pero…¿Qué es la vida sin una taza de café?

Han de mecerse las hojas de árboles tristes, las rosas han de teñirse de negro, los grandes capitanes que saludan a la patria han de huir y la generación naciente ha de escupir a la memoria de un mundo redondo, predecible y obstinado. Y si acaso tus cortinas revelasen ese destino, moribundo y vomitivo…¿Qué es la vida sin una taza de café?

Este futuro que se inscribe en nuestro andar merodea a nuestros pies, nos susurra los conjuros fatales que, como bichos sangrientos, han de trepar hasta la mandíbula de nuestras mujeres. Y los ojos se nos salen y nuestra garganta se seca y los niños lloran y los viejos mueren y…¿Qué es la vida sin una taza de café?


¡Un descafeinado, por favor!

Ha llegado la solución a todos nuestros problemas...


jueves, 11 de junio de 2009

Hoguera



Pasan los días moribundos
al son de la tranquila ribera,
que callan al que gritar quiera
desde el abismo profundo.

Con toda la existencia picada
y la gran fatalidad carcomida,
aquel que anda muerto en vida
persiguiendo su historia pasada.

¡Qué griten más bien los esclavos!
cuyos años, noblemente, atesoran
y entre paso y caída añoran
un crucifijo sin clavos.

¡Qué griten los reyes también!
envueltos en terciopelo,
que cuidan con mucho recelo
lingotes de oro de a cien.

¡Qué griten más alto los mares!
en su gran muerte empedrada
cual ultima ola, cansada
solloza en ocultos lugares.

¿Quién va parloteando en vano,
esputando malvada cizaña?
que al alma más ingenua engaña
portándose cual fiel hermano.

¿Quién deja este libro abierto?
Es solo el más triste compendio,
las llamas de un viejo incendio,
el corcel de un caballero muerto.


Gnzlrvs

lunes, 8 de junio de 2009

Hoy...


Hoy he visto por mi ventana, a plena luz de un muy radiante día, tejerse los delgados hilos de mi condición humana, y me siento agobiado.

Entre leves suspiros y mansos cuchicheos he preferido no quejarme ni llorar. Nunca he de dejar que la vida se carcajee de mí otra vez.

Hoy he visto a las grandes urbes moverse en zigzag, sin rumbo fijo, como perdidos en el cosmos, anhelando la infinidad en pequeñas porciones, y me siento agobiado.

La vida, en pleno vuelo, me extiende sus alas provocativas, me invita a su tortuoso viaje por recónditos y exóticos parajes.

Hoy he visto a nobles naciones que gritan por libertad, ser engullidas por lobos en un nauseabundo banquete, y me siento agobiado.

Las ingenuas plegarias de espíritus dóciles se han fundido bajo suelo. Se vanaglorian en el cementerio de las mas íntimas utopías.


miércoles, 3 de junio de 2009

La creación (pt. 2)



De la imprudencia


Con el tronar de los relámpagos coronó a su madre incertidumbre. Los días se hicieron semanas, las semanas se hicieron meses, los meses se hicieron años, y estos años acosaron a la eternidad incendiaria, producto de los hechizos nocturnos que se ruborizaban a la luz del alba.

Los místicos secretos tan bien guardados chispeaban por escaparse, o al menos por ser pronunciados en conjuro. Estas fórmulas mágicas ya sentían la nostalgia de los lustros de inutilidad.

Si acaso los labios hicieran verbo de su naturaleza, el estado inicial de este mundo sería mas que inevitable. Esta era la llave (tan sólo la primera) del tiempo suficiente para realizar los deseos, los sueños, las ilusiones, por mas vanidosas que sean. Lo mundano, en este caso, era la energía probable (la segunda llave), capaz de trastornar los cimientos de lo tangible, de alterar las raíces de este tan caótico existir.

Todo ser flotante, por más avanzada que sea su ineptitud, podía invocar la primera llave, en anhelo del control total de la disponibilidad de espejismos. La segunda llave, mas bien, era un árbol de frutos engañosos, una flor que advertía al que se acercase que era contenedora de las obras mas utópicas, pero que consigo traía el veneno narciso.

La paz y el sosiego, de un multicolor accesible a todo, habían caído hechizados por esta segunda llave, juramentada por quien sabe quien.

Es así como las rizomas de este hermoso paraíso se complicaron en una lúgubre escala de grises, cuyos tonos mas agrios no tenían nada que envidarle al azabache mas fúnebre ¿Era este el fin del pasar del tiempo? No...



Ha llegado la era del entendimiento…

martes, 2 de junio de 2009

La creación



De las eternas orillas


Cuando esta mi bella dama se dispuso a dormir y soñar, nunca creyó en la realidad de sus más profundas quimeras. Acaso de repente el mundo se tornó de un color azul pastel, y el cielo era una luz infinita que cegaba a quien osaba verla.

Ella despertó sin saber que aun soñaba, y mirando a las alturas contempló maravillada aquel efímero mundo, sin sospecha que era obra de sus más íntimos deseos. En ese vacío cosmico se escribía su nombre, entre espesas capas de humo celeste que habían tomado el lugar de las nubes, y los cantos de los pájaros se asemejaban mas bien a eternos violines que suspiraban notas románticas. Era ese el paraíso que tanto había anhelado; aún así no lo reconoció.

Caminó entre la densa selva, donde las hojas de las plantas se habían teñido de todos los colores que existían, e incluso algunos que ella desconocía. Las flores perfumaban el ambiente, con un aroma que cortaba el aire y bailaba, alterando todos los sentidos.

La textura de la vida era lisa e ingenua, las orillas de los ríos eran apacibles e invitaban a un eterno descanso. Recordó ella que se había quedado dormida a la orilla de aquel río. Fue entonces que el universo convulsionó.

Terribles azotes del cielo comenzaron a tragarse aquel mundo de tantos matices. Los cantos de pájaros cesaron, las plantas gemían en nostálgicos llantos y el cielo se tornó en una pizarra oscura, donde las estrellas, quietas, apenas centelleaban, como en últimos gritos de vida.



Y he aquí nosotros...

viernes, 29 de mayo de 2009

Citizen


Andamos vestidos de los recorridos mas largos;

Si es que acaso ya no hubiese vuelta atrás, no debemos arrepentirnos, solo caminar hacia las nubes mas manchadas ¿Y son esas nubes manchadas de igual valor que los cándidos copos que brillan al sol? Pues no, pero no hemos de anhelar algo mas; somos exiliados y nuestros deseos, por lo tanto, han de ser tullidos por vergüenzas pasadas -¡Todo sea por la libertad!-

Nuestros gritos mas graves deben ser silentes, y los agudos tan solo pasar, como las notas andantes que nadie atiende, como melodías sosegadas por los coros de flor y nata.

Hoy el comité de fiestas ha soltado serpentinas de todo color, y se siente le glamour en el ambiente. Debemos apartarnos, entonces. Con la cabeza baja, y sin mojar los ojos -¡Todo sea por el Alto Mando!-

Se sienten los pasos acaso viniendo; retumban en nuestro ser como los campanazos del vigilante Azrael que se aproxima; llegose la hora con el reloj mas puntual de la mansión.

Y ya andan pasando las cabezas bruñidas, los primoroso ropajes, los escarpines mas refulgentes que nos hayan cegado. Debemos, pues, besar sus calzados, pretender los mohines mas alegres, solo para ellos, que acaso su semblante no vacile al vernos -¡Todo sea por su felicidad!-

martes, 26 de mayo de 2009

¿fue acaso la niebla?

No quisiera sonar codicioso ¡Pero mira cómo brilla el oro! Puedo imaginar las historias más macabras, o los pensamientos más sutiles. Carcajearme por su divinidad, o fruncir el ceño por la frivolidad de su propósito ¿Son estos síntomas de la esclavitud total?

Vivo, entonces, esclavizado en cuerpo y alma (si es que aun me queda), a plena voluntad de los males mas atroces, todos producto de su magna voluntad. Y vivo, peor aun, consumido en una desgracia que considero cómica, que redunda en mi mente como el mayor beneficio otorgado por el firmamento. Y vivo, además, lleno de las ideas mas ilógicas, que impiden mi andar, que se aferran a mis pies y, cual sanguijuelas, extirpan mis ganas de vivir.
¡Oh, esclavitud!¡Dulce esclavitud!

jueves, 21 de mayo de 2009

...i saw two lovers kissing


Hoy que todo empezó en la distancia. Recuerda, mi amor, que nos separa un océano, y peor aun, que yo no sé nadar.
Es por tantas de esas circunstancias improcedentes, por tantas situaciones molestas, que hoy mi ánimo anda de perros.
No es por tu voz al teléfono, sino por el teléfono en sí. Tanto cariño que no se puede dar por el complejo sistema de cuerdas vocales, y nosotros aquí, perdiendo el tiempo.

Si acaso, Paula, bastase pronunciar tu nombre para invocarte. Y a fantasear me debo ir a otro lugar; aquí andamos repletos de televisores de lo mas modernos, de radios a todo volumen y si la tecnología no basta, aparecen los grillos con su eterno chirrido.
Consideremos, además, que anda deprimida, y papá no vuelve todavía ¿volverá acaso? No es que se haya ido a comprar pan o pasear a los perros. Simplemente se fue y ya; sin mirar atrás y sin abrir la boca.

El cielo anda azul y las rosas florecen. Vaya que me siento encerrado en un verso de Bécquer, mas anda faltándome una Julia Espín a quien cortejar. Y ojala fueses tú, Paula, la Julia Espín a quien dedicaría los versos mas eróticos y románticos.

Y los sátiros sentimientos de querer abrir la ventana y lanzarme en espera de alas. No culpes mis pensamientos, menos aún frenes mis fantasías, tan sólo dame un golpe en la cabeza con un viejo jarrón, que ando idiota con Neverland, ridiculeces británicas.

Recuerdo, acaso con mi mala memoria, que la diferencia horaria de mi hogar al tuyo es de seis campanazos. He de suponer entonces que Morfeo te tiene prisionera, que andas soñando con tu rescate ¿soy yo, acaso, dicho príncipe azul? Bah, pero el azul me queda horrible. Sería yo mas bien un príncipe rojo, al que confundirían con sanguinario, algo muy curioso dada mi hemofobia; y tú que quieres ser médico, ironía.


lunes, 18 de mayo de 2009

Vitur (Cap. IV)

De la rebelión traducida


Muchos autores (e hijos de autores) me han consultado sobre revelación alguna, o un conjunto de ellas, que desemboquen en una prosa elegante.
La respuesta es tan irónica como ambigua. Yo la cito como una descripción mía, robándole el crédito a tantos otros que la han pronunciado antes.
Aún así no es viable creer que la prosa de Nietzsche, por ejemplo, sea de naturaleza similar, o acaso parecida, a la de Dostoievski, porque del verso no he de quejarme aún.
Una filosofía escrita tal cual literatura o una literatura que se nutre de la filosofía, son lamentablemente (y aun así tantos se ríen) exactamente lo mismo; y para letrados (y no tan letrados), las consecuencias son mas espantosas que un simple dolor de cabeza, tan sólo el síntoma inicial.

Fue así como Vitur, ciudad alguna vez tranquila, se fue llenando de estos hijos de la palabra, de los cuales la Iglesia tanto se quejó, por esa horrible manía de adornar la realidad y, sin escrúpulos, llenarnos la cabeza de la más cruda ficción.
Dijo alguna vez el Cardenal:

Sólo Dios, con su infinito conocimiento y amor, debe poseer la capacidad de conferir sueños, que sin duda, por su eterna calidad de gracia, serán de alguna manera provechosos, porque la labor del Padre es misteriosa, pero fructífera en un corazón fértil.


Con el pasar de los años nos hemos dado cuenta que dicha falacia fue un tiro por la culata y que aquel discurso mas bien aceleró la consolidación de esta prospera anarquía; pero en ese entonces fue, por el contrario, un fuerte tropiezo para las letras no reales.
El caos en las calles fue inevitable, y en ese entonces el caos tenía un nombre más alto. La ciudad se separó entre los personajes de naturaleza eclesiástica y los de pluma en mano. Siempre estuvo también el grupo que se acomodaría en el camino al bando al que considerasen ganador.

Para otra ciudad así de antigua, aquel tumulto habría sido solucionable, pero se dio la excepción, dado a las incautas circunstancias. Era esta una ciudad en la cual la labor de evangelización había sido limitada al ámbito familiar, en que las pronunciaciones de los del Alto Mando habían sido pocas, y esas pocas habían sido pura formalidad.
Así pues, los llamados por la Iglesia 'Demonios quiméricos', ganaron adeptos pese a su latente clandestinidad.

Alguna vez fui convocado, por mi fama de problemático que databa de mucho antes siquiera de la aparición de la fuerza religiosa, pero nunca accedí, pese a que la causa me parecía noble, era yo demasiado joven para procurar accionar algún dispositivo de rebelión, dado que gozaba de la burocracia y no tanto del movimiento. Sin embargo narrar mi participación en tan importante etapa de nuestra ahora más pacífica ciudad, sería tan solo producto de aquella voz vanidosa y ególatra que pueden apreciar mas bien, en todo su esplendor, en mis escritos de carácter mas prosaico.

Tanto los escribanos mas verídicos, como los historiadores mas fiables, narran esta rebelión como el suceso mas curioso de la zona, pero restándole la seriedad que se merece, por no ser una rebelión del todo convencional y que todavía (por mas contradictorio que suene) está en pleno proceso de apogeo.
Es curioso, sin embargo, que dos meses luego de iniciada dicha insurrección, se háyase la cabeza del Cardenal colgada en la rama de un abedul, y a unos cientos de metros mas allá, su cuerpo rígido.
Hoy en día nuestra nación, consolidada como cuna de las historias más hermosas y afables, da las gracias a tanta violencia, que como humanistas debemos criticar, pero como los animales que somos, aplaudimos.
Son esta serie de eventos que no hacen faltan detallar los que transmutaron a una ciudad esmerada en la teología y el saber cósmico, en lo que es el tronco del pensamiento libre y del debate interminable.
La rebelión traducida en resultados.


domingo, 17 de mayo de 2009

Vitur (Cap. I)

De la mujer solitaria


Debió esa mujer que se miró en el espejo. Los años habían corrido, y las estaciones indicadas ya habían pasado. El sentido de su vida no estaba aun subscrito del todo. Sus hijos e hijas dormían todavía, los rayos de sol no cumplían su papel.
Nunca debió dejarme. Era a estas horas de la mañana en que los pájaros cantaban, se escuchaban las estrellas quejarse antes de dar un último fulgor y perderse hasta que la luna dicte o hasta que el sol permita.

El invierno había llegado un poco mas frío de lo habitual, las flores no habían soportado aquellos gélidos alientos y se habían tendido.
Nunca debió abandonarme. Todo parecía parte de las páginas de ficción, de una realidad no tan real, de un sueño más que profundo. Pero sus lágrimas si eran de este mundo, un poco más frías que este invierno, un poco mas marchitas que las flores.
Y los días seguían pasando, los años. Las mañanas se volvían tardes, y las tardes se volvían noches, y las estrellas reían aún.
Nunca debió irse. Los sirvientes de la casa rondaban, como las aves carroñeras que son. Y brillaban los azulejos, no había hojas en el jardín principal ¡Oh, servidumbre!
Los sueños, alguna vez ausentes, ahora estaban latentes a plena luz del día, ya no había realidad que bastase, que llenase los vacíos.

No era una mujer de recuerdos, sino más bien de deseos y sueños. Que añoraba y le lloraba al pasado, pero no quería volver. Las noches de ese ayer eran de lágrimas, las noches de mañana serían de más lágrimas aún.
Nunca debió partir. Sus hijos no eran consuelo, sólo espejos del pasado que la acosaba. De pobre maternidad, de falta de amor, de tantas situaciones que nunca corrigió, de tantos eventos que nunca superó.
Y los grandes estantes de libros, cuyos autores suspiraban en el deseo de la palabra, del verbo que haría que cobrasen vida, la miraban atentos, como quien juzga a quien ya es culpable. Tenían tantas historias por contar, cada una más triste que la otra, o de ficción y delirio.
Nunca debió despedirse. Las tardes de Mayo se mostraban más arrogantes que nunca, tornando amigables brisas, en vientos helados, rocíos en lluvia, perfumes en mar.

Bien el sol de día sonreía, pero no la hacía sonreír. Bien las nubes hacían figuras, pero la imaginación no le alcanzaba, menos aún la voluntad. Era ella de soledad eterna, y así de tristeza. Añoraba el nunca de sus pensamientos, que se tornaban en confusión y luego en deseos que nadie sospechaba, que nadie escuchaba y que nadie cumplía ¡Oh, soledad!

domingo, 8 de marzo de 2009

Life Smells Funny

Él :
Linda niña, mi romance
que al destino palidece
y que cada día, crece
hasta que tu mano alcance.

Ella:
Aunque las nubes tocáse,
tiempo y castigo arrastra
el amor no siempre basta
así mas de un siglo pase.

Él:
Lo verá, hasta el mas ciego
que más que amor, es esto
y al diablo, con el resto
a ti, hoy, mi alma entrego.

Ella:
Es recado, que he de cuidar
aunque me costáse la vida
y aún después de tu ida
tu entrega me ha de bastar.

Él:
No hables más de despedida
que a tus pies he de quedarme,
si tu juras siempre amarme,
estaré aquí, toda la vida.

Ella:
Mira que el cielo oscurece
y ya brillan estrellas y luna
esta noche, sólo una
tú conmigo, permanece.

Él:
Una sola no me alcanza,
que yo más de mil he darte
pues con solo contemplarte
para mi, ni el tiempo avanza.

Ella:
Son entonces, las estrellas
testigos de tu juramento
y que el mismo amor yo siento,
esta noche, y todas ellas.

Él:
Y por siempre asi ha de ser
amor, puro como el viento
eterno, cual firmamento
así todos lo han de ver.






Shalala