miércoles, 23 de marzo de 2011

De Cristóbal Colón y la redondez de la Tierra.


C.C: La Tierra es redonda.
G: ¿Y qué hay de bueno en ello? ¿Será que alguna vez se me ocurrirá explorar la Tierra de par a par?
C.C: Nunca se me ocurriría pensar tal cosa, pero sepa que es bueno saber sobre las cosas que nos rodean.
G: Pero, ¿la Tierra nos rodea o será que nosotros rodeamos la Tierra? ¿No andamos acaso como pequeños parásitos deambulando sobre sus cortezas?
C.C: ¿Cree usted que la Tierra esté viva?
G: Yo puedo creer lo que quiera, así como no fiarme de tantos asuntos que vienen del hombre.
C.C: ¿Creerá usted lo que le he hablado sobre la redondez de nuestra Tierra?
G: Pues me ha dicho poca cosa. Tal me podría decir otra persona, quizás, que la Tierra es un cubo o, si prefiere, una pirámide: la mítica figura.
C.C: ¿Y a ellos sí les creería?
G: No creo nada en principio, pero si son hábiles de lengua podrían convencerme.
C.C: Le convenceré, entonces. Le haré ver que la Tierra es redonda.
G: Explíqueme enseguida esta locura suya.
C.C: ¿Sabe usted que si parte de un punto cualquiera y anda recto sin parar, podrá usted volver a su punto inicial?
G: Nunca he hecho tal cosa y no creo que nadie en su juicio lo hiciera. Entonces puedo creer que si alguien lo hace sería loco u orate, y así volviese al mismo punto y me dijera ‘¿Vio usted? ¡He llegado al mismo punto!”, pues no me fiaría de él, porque la locura nubla cualquier juicio.
C.C: Tiene razón en ello, no hay que fiarse de los locos. Pero mire, ¿usted ha visto como un barco se pierde en el horizonte? Esto es, se hace cada vez más pequeño y termina por perderse de vista. Tal cosa no pasaría si nuestra Tierra fuese plana.
G: Venga a saber que tengo mejores cosas que hacer que andarme fijando en los barcos. Los miro cuando están muy cerca, porque me impresiona la ingeniería naval empleada en ellos: son sin duda obra maestra del ingenio humano. Pero ¿para qué fijarse en ellos en la distancia?
C.C: Podría ser por pura curiosidad.
G: Entonces la Tierra sería redonda sólo para los curiosos, y para el resto sería lo que siempre ha sido.
C.C: Ignorar algo no hace que esto no sea cierto.
G: Y saberlo tampoco lo hace cierto. Aristóteles veía que las aves se perdían en la inmensura del mar y retornaban mucho tiempo luego, y entonces supo que ellas dormían en el fondo de los océanos.
C.C: Aquello es errado.
G: No lo es. Aristóteles lo sabía, y nunca nadie le probó lo contrario, por lo que lo siguió sabiendo y seguramente murió convencido de ello. La verdad, amigo mío, es aquello que estamos convencidos de saber.