domingo, 20 de julio de 2008

with black curtains

Yo me escondía, trás aquel vidrio, delgado, transparente. No recuerdo exactamente desde cuando lo hacia, pero solía pararme en frente de dicha ventana, y esperar hasta que el reloj marcase la hora apropiada.


Salía ella entonces, vestida de negro, con aspecto funebre y mirada fría. Observaba el cielo, que para ella siempre se mostraba estrellado, con la luna mas brillante que nunca. Alzaba con delicadeza una de sus manos, y tomaba una estrella del cielo, como si fuese un caramelo. La saboreaba y sonreía. O había otras veces, que quizás ella consideraba ocasiones propicias, en que se dedicaba a una caminata nocturna, pisando con sus pies descalzos las flores de su jardin con gran delicadeza, excepto los tulipanes, no se dignaba a pisarlos, mas bien se agachaba y los acariciaba, les mormuraba algo, que por la distancia yo no podía oir.



¿Su nombre? Adara la llame un tiempo, en mi limitado conocimiento del latin, y en un intento desesperado de nombrar en una lengua sublime a tan exquisita dama, pero la verdad nunca supe su nombre verdadero. Solamente la veía, la contemplaba, todo el tiempo que se me permitiese. Deseaba acariciarla, y sí, lo hacía, pero a la distancia. Acariciaba el vidrio, como si de ella se tratase, y cuando ella sonreía entre sus dialogos con sus tulipanes, yo mas bien le atribuia dicha sonrisa a mis tan esforzadas caricias.



Oh, Adara, en la distancia
entre estrellas que nada son a tu lado
entre caricias que, yo sé, tu sientes
más con tu mirada ajena, mientes
a este pobre amante, ignorado.



Hoy mas bien, me asomo poco a la ventana, siempre asegurandome que sea a horas que ella no se digne a salir, para mirar tan solo los inmensos jardines, con esos tulipanes a quienes envidio, con esas estrellas que no brillan hasta que ella sale. Ya no ha de gozar de mis caricias, y yo sé que ha de extrañarlas. ¿Sonreirá aún?

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