sábado, 12 de noviembre de 2011

Amar a nuestros muertos

Se da la ocasión en que alguno de nuestros muertos se alza. A primera oída puede sonar macabro, pero es, realmente, un suceso de orden natural.
Todo depende, claro está, de las circunstancias en que el sujeto haya muerto. Para alguien que murió ahogado en el mar, por ejemplo, es necesario que busquemos una tumba en un lugar seco, pues habría desarrollado una fobia al agua y si acaso despertase cerca de alguna fuente, río o riachuelo, lo más posible es que se vuelva a morir del susto. Para un sujeto que haya muerto apuñalado, primero seria necesario tratar sus heridas con alcohol y algodón; de lo contrario estas podrían infectarse y la persona encontraría su segunda muerte.

Alguna vez conocí a un buen hombre que había muerto tras caer en un hoyo profundo en la tierra. Me contó que había vuelto a la vida varias veces, pero al encontrarse solo en la oscuridad había decidido volverse a morir. Dos semanas luego lo hallaron, pero se había acostumbrado tanto a ser cadáver inerte que demoró varios meses en aceptar que tenía que volver a vivir. A todo esto intervengo yo y les pido: ¡Amemos más a nuestros muertos!

Es un caso especial el de los suicidas, ya que su muerte es, en líneas generales, una muerte voluntaria, por lo cual sería contraproducente creer que vuelven a la vida. Aun así han existido los casos particulares de lo que en psicología se denomina ‘arrepentimiento post-mortem’, configurada por aquellos que se quitaron la vida pero luego lo narran como una decisión torpe y apresurada. Hubo el caso de un alemán que se ahorcó con una soga atada a su ventilador de techo. A los pocos días decidió que aquella había sido una decisión errada y se pasó varias semanas gritando para que alguien lo ayude a bajar. Según el archivo, un jardinero que rondaba por esos lugares vio por una ventana el cuerpo colgando y llamó a las autoridades. Cuando la policía llego al lugar del siniestro, nuestro sujeto (como todo buen alemán) les estuvo gritando largo rato, exigiendo que lo bajasen –cosa que no se podía, según el protocolo policial: primero había que descartar que haya sido homicidio –, y una vez bajado, pidió que le notificaran a su madre que se había suicidado, pero que ya estaba muy arrepentido.

Curiosamente, al leer libros de historia, nos podemos dar con la sorpresa de que en siglos pasados no se narran incidencias de esta naturaleza; de lo cual podemos desprender que este fenómeno, por el cual nuestros muertos vuelven a la vida, es relativamente reciente. Seguramente esto os sonará raro y sorprenderá a muchos, ya que nadie se imagina un mundo donde los muertos permanezcan simplemente muertos.