viernes, 24 de julio de 2009

La Boda

El día de su casamiento las dudas lo empezaron a acosar. Aquellas dudas que siempre habían estado pero que nunca habían arremetido contra su conciencia y cuya esencia parecía de naturaleza mundana y hasta banal.
Sin embargo, el recuerdo de la sonrisa arqueada en las noches de amor, que alguna vez habían sido motivo de las mas largas fantasías, parecían ahora aquejarlo, atormentarlo, como amenazándolo con un filo peligroso que se acercaba a la yugular lentamente.

Lo pausado de cada pensamiento y del pasar del tiempo determinaba que esto pareciese mas bien una condena, en espera de un verdugo. Le pesaba la conciencia mirar el reloj de pared y saber que añoraba aplazar el momento que, hacía poco, tanto había deseado. La inseguridad lo invadía y hacia que su cuerpo frío se tambalease, que jugase ridículamente con sus dedos, que la frente le sudase y la mirada se le empape.
Por la ventana ya se percibía la humedad de su última noche vacía, la luna mas brillante que nunca, anunciando el final del plazo a una vida tan solitaria, las estrellas titilando como advirtiéndole tantas cosas que sus ojos llorosos no podían entender.

Un libro oscuro en el sillón, un puñal al otro extremo, un paquete de cigarrillos en la cama. La noche mas triste de todas, jugando a una historia sin fin, al desenlace de todas las bondades de la mas larga existencia.
De repente el olor, el mas terrible de todos. Sus sentidos ya percibían el olor a brisa marina, propio del amanecer que dictaría la sentencia. Aquel momento alegre que mas bien era trágico. Luna y estrellas aun espléndidas, marcadas y brillantes, determinando la salida de todas las criaturas nocturnas, pero esa brisa marina que cada vez cobraba mas fuerza, que teñía el ambiente.

Un libro oscuro en el sillón. Un puñal al otro extremo, la locura del incesante acoso a los sentidos, a la conciencia. Nada de esto debía darse aún. La inseguridad, ya derramada en cada beso y en cada juramento pasado, en todas esas blasfemias que habían esperado este momento para mostrar su verdadera naturaleza.


Al día siguiente se encontró el cuerpo del novio, tendido en el suelo y empapado de sangre, con un puñal en la mano y, curiosamente, con una indiscutible sonrisa plasmada en el rostro.
La boda se había cancelado.

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