miércoles, 3 de junio de 2009

La creación (pt. 2)



De la imprudencia


Con el tronar de los relámpagos coronó a su madre incertidumbre. Los días se hicieron semanas, las semanas se hicieron meses, los meses se hicieron años, y estos años acosaron a la eternidad incendiaria, producto de los hechizos nocturnos que se ruborizaban a la luz del alba.

Los místicos secretos tan bien guardados chispeaban por escaparse, o al menos por ser pronunciados en conjuro. Estas fórmulas mágicas ya sentían la nostalgia de los lustros de inutilidad.

Si acaso los labios hicieran verbo de su naturaleza, el estado inicial de este mundo sería mas que inevitable. Esta era la llave (tan sólo la primera) del tiempo suficiente para realizar los deseos, los sueños, las ilusiones, por mas vanidosas que sean. Lo mundano, en este caso, era la energía probable (la segunda llave), capaz de trastornar los cimientos de lo tangible, de alterar las raíces de este tan caótico existir.

Todo ser flotante, por más avanzada que sea su ineptitud, podía invocar la primera llave, en anhelo del control total de la disponibilidad de espejismos. La segunda llave, mas bien, era un árbol de frutos engañosos, una flor que advertía al que se acercase que era contenedora de las obras mas utópicas, pero que consigo traía el veneno narciso.

La paz y el sosiego, de un multicolor accesible a todo, habían caído hechizados por esta segunda llave, juramentada por quien sabe quien.

Es así como las rizomas de este hermoso paraíso se complicaron en una lúgubre escala de grises, cuyos tonos mas agrios no tenían nada que envidarle al azabache mas fúnebre ¿Era este el fin del pasar del tiempo? No...



Ha llegado la era del entendimiento…

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