Ella despertó sin saber que aun soñaba, y mirando a las alturas contempló maravillada aquel efímero mundo, sin sospecha que era obra de sus más íntimos deseos. En ese vacío cosmico se escribía su nombre, entre espesas capas de humo celeste que habían tomado el lugar de las nubes, y los cantos de los pájaros se asemejaban mas bien a eternos violines que suspiraban notas románticas. Era ese el paraíso que tanto había anhelado; aún así no lo reconoció.
Caminó entre la densa selva, donde las hojas de las plantas se habían teñido de todos los colores que existían, e incluso algunos que ella desconocía. Las flores perfumaban el ambiente, con un aroma que cortaba el aire y bailaba, alterando todos los sentidos.
Terribles azotes del cielo comenzaron a tragarse aquel mundo de tantos matices. Los cantos de pájaros cesaron, las plantas gemían en nostálgicos llantos y el cielo se tornó en una pizarra oscura, donde las estrellas, quietas, apenas centelleaban, como en últimos gritos de vida.
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