martes, 2 de junio de 2009

La creación



De las eternas orillas


Cuando esta mi bella dama se dispuso a dormir y soñar, nunca creyó en la realidad de sus más profundas quimeras. Acaso de repente el mundo se tornó de un color azul pastel, y el cielo era una luz infinita que cegaba a quien osaba verla.

Ella despertó sin saber que aun soñaba, y mirando a las alturas contempló maravillada aquel efímero mundo, sin sospecha que era obra de sus más íntimos deseos. En ese vacío cosmico se escribía su nombre, entre espesas capas de humo celeste que habían tomado el lugar de las nubes, y los cantos de los pájaros se asemejaban mas bien a eternos violines que suspiraban notas románticas. Era ese el paraíso que tanto había anhelado; aún así no lo reconoció.

Caminó entre la densa selva, donde las hojas de las plantas se habían teñido de todos los colores que existían, e incluso algunos que ella desconocía. Las flores perfumaban el ambiente, con un aroma que cortaba el aire y bailaba, alterando todos los sentidos.

La textura de la vida era lisa e ingenua, las orillas de los ríos eran apacibles e invitaban a un eterno descanso. Recordó ella que se había quedado dormida a la orilla de aquel río. Fue entonces que el universo convulsionó.

Terribles azotes del cielo comenzaron a tragarse aquel mundo de tantos matices. Los cantos de pájaros cesaron, las plantas gemían en nostálgicos llantos y el cielo se tornó en una pizarra oscura, donde las estrellas, quietas, apenas centelleaban, como en últimos gritos de vida.



Y he aquí nosotros...

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