viernes, 1 de enero de 2010

El final del asunto...


Te vi llegar, caminar, pasearte e irte. Y tu paseo fue tan largo y dulce, que yo hubiera dicho jamás terminaría. Debió ser por que era juego y a los juegos no nos los tomamos en serio. Por eso, aunque ya te habías volteado, supuse que andarías rodeando, jugando como siempre, y volverías. Mala predicción la mía, lo sabemos ya. Para asuntos del futuro soy inútil, acaso inservible.
Y es que dada la vuelta, no hubo retorno. Podría creer que fue un escape a la agitación. Por temor quizá, o por conveniencia. Son estas las dos fuerzas que mueven todos los actos. Tú no eres excepción, aunque tanto desearía yo que lo fueses. Allí lo que te dije en voz alta: todos somos personas diferentes, pero con las mismas acciones.
Deberás corregirme, porque a veces sólo esputo soberbia amarga y ruin. Pero ya no me mueve la sangre, ni los músculos, ni el esqueleto. Me mueven los turbios deseos que alcancé y ahora alzo en mano. Todo esto a raíz de que veo que te vas.
Llámese locura. Una locura bastante sana, debo decirte. Sin los fantasmas y espejismos que a otros les sobran. Sólo son todos los objetos en su estado más puro y tú, erguida en medio, con curvas un poco toscas, producto de la ceguera que a estas alturas ya no se puede controlar. Déjame ser humano, que me encanta pecar y manchar lo que los demás han hecho muy bien.
Tú diste la vuelta y yo te ataco por la espalda. Ese debe ser el final del asunto.