lunes, 10 de agosto de 2009

Vitur (Cap. VI)


Del muy largo rosario



Como las décimas del rosario de un sábado pasado, Demi iba desgajando los recuerdos de infancia que en su mente se entrecruzaban cual infinitas historias de un libro, donde vislumbraba la figura de papá, de mamá y de hermano. Aún tengo la duda, si acaso yo era el hermano que intervenía en sus relatos, porque mi memoria nunca fue tan privilegiada como la de Demi y por ello no recordaba haber formado parte de sus fábulas.

Contaba las historias una tras otra, con minuciosos detalles y extensas descripciones de los hechos, haciendo ligeras pausas para refrescar su prodigiosa memoria. Cerraba los ojos y empezaba los relatos, con un tono que oscilaba entre el drama y la ficción, desvaneciendo todo el entorno en una nube que luego tomaba forma de épocas pasadas, en la casa lejana donde habíamos vivido nuestra infancia.

Papá andaba bien de salud, entonces. No estaba tan encorvado y sonreía mucho más. Iba de aquí para allá, siempre con un asunto importante por resolver, esperando el crepúsculo como señal de que debía volver a casa.
Mamá y nuestra criada Idelsa gastaban sus horas entre los quehaceres del hogar, dedicándole especial cuidado a desempolvar los muebles y cachivaches que se habían acumulado con el tiempo; labor de nunca acabar.

Demi y yo jugábamos, tranquilos de la vida, en el patio de atrás, juegos que yo no recuerdo y que ella siempre omite en sus relatos. Retengo únicamente mi gran afición por observar caracoles durante largas horas, con la paciencia suficiente como para que Demi dejara de insistir en que aquella era una diversión ridícula. Ella por su parte siempre mostró devoción hacia los aviones hechos de papel, los cuales hacía volar durante toda la tarde, probándolos en diferentes corrientes de viento, de diferentes materiales, con diferentes pliegues. Esta simpatía hacia la aviación cobraría mayores dimensiones cuando, diez años después, adquiriría a Amistad, una modesta avioneta comprada de segunda mano a la que ella iría añadiendo piezas importadas, trasformándola en una admirable maquinaria moderna que traería muchas alegrías y tristezas a la familia.

La noche llegaba y todos nos reuníamos en el hogar, sentados a la mesa y luego a dormir. El patio quedaba repleto de pequeños aviones de papel que el viento se llevaría y de caracoles que dormían (o quizá no dormían).

Así lo cuenta Demi, como el relato de nunca acabar. Como las décimas de un rosario de un sábado pasado…