sábado, 1 de agosto de 2009

Vitur (Cap. VII)


De la eterna Amistad


Amistad, tu nombre es santo. No es mas estresante el sonido de tu motor en las tempranas horas de mis madrugadas, que discurren entre un sol que sale y una luna que cae. O acaso cuando surcas los vientos no hay quejidos de los benditos y pulcros grumos que cortas de manera estrepitosa.

Igualmente, y con la misma fuerza, cortas la cordura de esta mente intranquila, que ha abandonado el sueño, rogando por el mundo vacío y su escala de grises.

Pero aun es bello el espectáculo, de ti y tus grandes alas, yendo y viniendo, con un ligero silbido que se mancha en la distancia. Como el mas bello mensajero, que a toda prisa, entre presuntuosas curvas, trae consigo el mas íntimo vértigo.

¡Que positivas se vuelven, entonces, las mañanas! Cargando con estas ojeras que se disimulan con la sonrisa, como pidiendo permiso para el festejo. Amistad, son tus alas extendidas las que se arman al son de un silbato, y las espesas capas de humo que esparces en el cielo, las que hacen que el descanso pierda su valor.

Son las tardes de alegría que Demi me ha traído, con su avioneta «Amistad».