martes, 23 de febrero de 2010

'La necesidad de...'

No hay peor necesidad que aquella que no satisface un propósito claro. Es decir, aquellas necesidades que ocultan un don metafísico y cuya relevancia no nos incumbe, pero igual debemos padecer.
Si acaso nos alimentamos es porque nuestros cuerpos así lo exigen, por temas biológicos que hemos repasado hasta el cansancio. Si debemos estudiar, trabajar, ganar dinero y gastarlo luego es, mas bien, por una necesidad gregaria, por el superorgánico que es la sociedad y a la que estamos sometidos (algunos más que otros), pero allí hay una razón, de construcción artificial, pero la hay.
La mayoría de necesidades corresponden directamente a una función, que se desarrollará y traerá resultados a corto, mediano o largo plazo. Pero hay algunas necesidades cuya explicación coherente se basa en pura especulación sinuosa. En puro cuchicheo sin sentido y que no convence al hombre de ciencias, sólo al hombre romántico e idealista.
Para esto hay que saber que hasta el hombre de ciencias más positivista, tiene algo de romántico, y que el hombre más romántico y come-flores con el que nos podamos topar, tiene algo de científico.
Y si que podríamos resistirnos un poco a todas estas necesidades, pero que sólo se arriesgue aquel que quiera ser llamado ruin. Aquí estamos, parte de una cadena un poco apretada y si un eslabón se suelta, la cadena completa se va al demonio.
Lo biológico es excusable, claro está. Lo gregario es mediocre y confabulado, un constante paradigma que, a largo plazo, no se puede romper; esta es la cadena, y si la rompemos sólo conseguimos aislarnos, porque esta se reparará pronto sin nosotros.
Pero para aquellos que se han puesto a enumerar en su cabeza todas aquellas cosas que hacemos y que podríamos dejar de hacer por simple convicción (ver televisión, escuchar música, mirar la hora, usar calzado), deben haber notado que la lista es interminable y que se centra, principalmente, en temas de ocio. Y claro, todo esto es de lo mejor: la vida sin ocio tiene poco de vida y mucho de monotonía. Pero valga la aclaración y nos fijamos que nuestro ocio también es predecible y es parte de actividades impuestas. Nada de que sentirnos culpables; estamos en el circulo vicioso y no vale la pena el esfuerzo que se requiere para salir de este.
Yo sólo he empezado a escribir y a pensar en el porque debo escribir en este momento, si no es una necesidad, ni tiene un propósito claro. En verdad me estoy enmarañando y enredando en esta terrible red de preguntas que sólo complican más el asunto. De allí que hasta ahora no haya respuesta en este escrito.
Todo esto que gira alrededor de una frase que escuche pronunciar a una persona muy especial para mi. En plena discusión de porque debía besarla cuando estábamos sumamente distanciados, ella tan sólo respondió: ‘Es la necesidad de ser romántico con la persona que se ama’. Y vaya rollo que se me ha hecho en la cabeza; añado que no hubo beso alguno y que la discusión se ha hecho más fuerte. El propósito del beso era claro: apaciguar el conflicto que se llevaba a cabo. Pero es que la naturaleza de un beso no tiene, en conceptos reales, esta capacidad. Valdría creer, entonces, que cada vez que alguien aplaude con las dos manos, estamos en la necesidad de sonreír. Todo esto no tendría sentido, pero más o menos así es el asunto del beso como catalizador de una buena relación y de una convivencia armónica.
‘Es la necesidad de ser romántico con la persona que se ama’. Si se me explicase con detenimiento, a manera de cátedra universitaria, quizá y no me hago tanto lío.
Se me ha de tildar de frío y de insensible, y recibo los calificativos con sonrisa burlona. Gracioso que yo sea una persona muy romántica e idealista, pero no me vendría mal una explicación de esta naturaleza: 'no hay peor culpable que aquel que se cree inocente'.